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Maternidad, espacio-tiempo, y coronavirus

4 de Mayo del 2020 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Hubo un Big Bang, nos dijo el sacerdote Georges Henry Joseph Édouard Lemaître, y el dedo de Dios creó el universo desde un no-espacio no-tiempo. Aquella estanflación inicial (madre de las madres de la realidad) fue, con su parto inicial, quien hizo nacer el universo (un universo que se expande posteriormente de forma moderada). En aquella sopa de energías iniciales, las arrugas del espacio-tiempo siembran la sopa de fluctuaciones de las que surge la gravedad creando cúmulos galácticos. Las arrugas del espacio-tiempo son las madres de los cúmulos galácticos donde se crean las galaxias en incontable número con su incontable número de estrellas cada una, generando los múltiples elementos químicos que son ladrillos de nuestra materia (padres de esta nuestra realidad). Nuestro Sol crea helio y crea también energía, ese es su papel. Energía que junto a la tierra de nuestra Tierra y el agua de los cometas (quizá portando la semilla de una molécula viva) en una charca primordial del gran pasado, en la zona de las mareas, con el espíritu primigenio resistente de toda vida, crea una molécula genética como un virus, dando a luz a la célula de nuestra vida. Vida que evoluciona mientras el gran músico toca las teclas del borde del universo visible con sus dedos. Esa música hace a la vida compleja y mortal; y, en su evolución constante, no ceja de luchar: de ver el bien y el mal, lo inteligente y lo estúpido, lo incauto y lo malvado; busca siempre poder progresar. La vida creada desde esa molécula viva no nos lo pone fácil a una humanidad programada de muerte para dar paso a otras posibilidades e innovaciones. Esto sería así si lo inteligente descubriese la posibilidad de innovación, y la humanidad no quisiera siempre conservar lo existente. Esta es la realidad, mientras la molécula viva del covid-19 hace su trabajo mortal de avisarnos. ¿Dejará la humanidad de ser estúpida? ¿Sabrá enfrentarse a su realidad mortal transmitiendo los logros de amar y enseñar a amar, o dejará vivir a unos y morir a otros? ¿Podrá entregar con la educación adecuada una vida mejor a las generaciones futuras? ¿Creará una sociedad más fraterna con los otros y con su propia realidad aislada en un planeta confinado en la pequeña parcela solar? ¿Será posible una superación, evolución e innovación que, más allá de las equivocaciones, aprenda una conducta mejor con entrega constante de la libertad al otro, dejándole ser y existir? Porque solo así podrá ser homenajeada el primer domingo de mayo como madre del futuro. Hemos de cambiar pautas en la conducta, y aceptar como buena noticia la que nos fue dada.

Dicen que en esta pandemia lo que hay que tener en cuenta es el espacio de seguridad, pero en realidad es el tiempo de seguridad. El virus tiene su velocidad de movilidad y hemos de procurar no llegar antes de tiempo hasta donde él llega: si el emisor se mueve rápido abarcará más espacio, si el receptor se mueve rápido llegará primero. No es la teoría general de la relatividad, pero el tiempo siempre fue la clave. El tiempo de respuesta de los equipos sanitarios es la clave. El virus va a continuar buscando posibilidades de expansión, tanto como él permanezca ahí afuera. Si los equipos sanitarios pueden dar respuesta a diagnosticar los contagios para aislarlos y tratarlos luego lo mejor que pueden, ¿quién podría impedir a los demás su posibilidad de seguir su vida productiva? Pero lo que no podemos permitirnos es dejar tirados y desprotegidos a los más vulnerables por muy improductivos que parezcan. No todos los países de Europa están siguiendo el mismo criterio. Difícil tesitura es esta, de un tiempo de aislamiento, de conducta, y de espacio de libertad.

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