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Nuestros mayores, Patrimonio de la Humanidad

4 de Mayo del 2020 - Mary Carmen Inés Fuenteseca

Si hay alguien con más méritos para ser Patrimonio de la Humanidad son nuestros Mayores, las generaciones con mayúscula que han sostenido el mundo y lo siguen haciendo, quienes con su esfuerzo, tenacidad, sufriendo penalidades de todo tipo, haciendo malabarismos económicos para sobrevivir ellos y sus familias, hicieron posible la recuperación de España, de Europa, y de todos los países que vivieron duras pruebas, donde la reconstrucción de sus ruinas fue cosa de “todos” y donde nuestros antepasados supieron salir con un esfuerzo titánico, porque al final es el pueblo el que hace resurgir a las naciones.

Hoy también nosotros ya somos mayores o lo seremos y seguiremos “valorando” los legados de nuestros padres y abuelos, pero esto es consustancial con la vida. No obstante, el presente nos ha dejado ver que formamos parte de un colectivo especialmente vulnerable, sin olvidar que seguimos estando muy presentes en la mayoría de los casos, en ese entramado social que se ha beneficiado no solo de nuestro trabajo en periodo laboral, sino después, especialmente en las crisis económicas, donde los abuelos y otros miembros ancianos de las familias sostuvieron con sus pensiones a hijos, nietos o familiares en el paro, fueron su soporte vital en los trabajos donde la “conciliación familiar” era nula, luego criaron a sus nietos, los pasearon con amor por los parques y les enseñaron a “querer”, verbo de difícil pronunciación en un mundo muy individualizado donde los mayores no han formado parte en muchas ocasiones de la tan socorrida “conciliación familiar”. Y siguen sin hacerlo. Incluso en muchas ocasiones son desplazados de sus hogares de toda la vida, por la imposibilidad de atenderles o “soportarles”. Cuando uno se hace mayor comienzan las rarezas, la falta de diálogo, las limitaciones y un sinfín de cuestiones que la sociedad algunas veces no quiere o puede soportar. El Papa Francisco ha dicho que “una sociedad que no cuida de sus mayores está enferma de cuerpo y alma”. Cada uno que lo interprete a su manera. Es cierto que hay mucha soledad desperdigada por el mundo. El anciano solo es tan frágil… como el niño, pero, a diferencia de este, sus expectativas son menos ilusionantes: prevalecen otros aspectos como la necesidad de ser escuchados, “las batallitas del abuelo”, y de recibir amor, aun en algunos casos sin respuesta. Las enfermedades mentales y las discapacidades son enemigos que acechan al final del trayecto, pero todos estamos en ese “Circulo de la vida” que canta tan magistralmente Elton John en “El Rey León”.

En mi caso concreto, tengo un profundo reconocimiento a mis hijos Eloy y Carmen. Cuando mi marido y yo trabajábamos en el Instituto Nacional de Silicosis, mis padres les criaron para que pudiésemos seguir con nuestras ocupaciones, les enseñaron muchas cosas de la vida y a rezar su primer padrenuestro… Años después mi hijo Eloy dejaría muchos recreos de su colegio (con permiso, vivimos casi al lado) para salir corriendo y “pasear un ratín” a su abuelo convaleciente de un ictus, y más tarde cuidaría de su abuela paterna en el hospital hasta su fallecimiento. Y el cuidado incluía el aseo personal y seguir con sus estudios en la Universidad y él apenas tenía 22 años. Es cierto que todos pasábamos por la prueba de tener enfermos de forma simultánea. También mi hija Carmen, con poca edad, cuidó de sus abuelos y con su hermano nos ayudó a “amortajar” a su padre con solo 16 años. Con esto quiero decir que mis hijos tuvieron el privilegio de vivir y cuidar a sus abuelos y a sus padres, pero dándole la mayor normalidad posible y eso que vieron, estoy segura de que lo harán con los demás algún día. Es el “círculo de la vida”. Enseñemos a los niños a mirar con amor a los mayores y, si lo hacemos, el mundo será infinitamente mejor. Por supuesto, que hay millones de hijos y nietos abnegados, de voluntarios que atienden a ancianos solos o discapacitados y de cuidadores con corazón sensible que hacen que la vida sea más amable en las residencias y en la atención domiciliaria.

Los jóvenes son nuestra esperanza real y, por lo tanto, si desde que pueden razonar enfocamos su vida por el camino del agradecimiento y respeto a los mayores tendremos hombres sensibles, capaces de tomar las mejores decisiones porque se habrán nutrido de las enseñanzas y de la experiencia atesorada de las generaciones precedentes.

Sumario: Un reconocimiento necesario a los que tanto han hecho por nosotros y tanto les debemos

Destacado: Los jóvenes son nuestra esperanza real y, por lo tanto, si desde que pueden razonar enfocamos su vida por el camino del agradecimiento y respeto a los mayores tendremos hombres sensibles, capaces de tomar las mejores decisiones

Valoro de forma extraordinaria ese voluntariado de jóvenes que se están dejando la piel en servir en estos momentos de prueba con el covid-19 y en otras muchas ocasiones. Tenemos un sustrato maravilloso. Nada me gustaría más que los colegios, universidades y centros de formación fomentasen la ayuda a mayores, a instituciones que los cuidan y a cuidar del planeta, y que lo hicieran con una contraprestación de créditos que les sirviesen para su vida laboral futura. En otros países el ser un deportista de élite te permite ayudas para los estudios. Yo propongo que la ayuda humanitaria y social de cualquier tipo, así como el cuidar de la naturaleza y seguridad, sea valorada con reconocimiento académico y por lo tanto “curricular” por todas las Instituciones. Esta posibilidad de servicio a la sociedad serviría para que desde niños muchos pudiesen descubrir vocaciones futuras, ya que se implicaría en este “servicio social” a todos los sectores profesionales del país (sanidad, fuerzas del orden y cuerpos de seguridad del Estado, empresarios, investigación, tecnologías, reforestación y cuidado del medio ambiente, ayuntamientos, medios de comunicación social, residencias, asistencia social domiciliaria, etc.) de forma graciable por supuesto pero con reflejo en su currículo profesional. Estoy segura de que para muchos sería el gran descubrimiento de sus vidas…, y un trabajo maravilloso de ayuda a una sociedad que ha dejado patente que aquí somos todos parte de todos.

Para terminar, agradecer sinceramente a todo el personal que en las residencias cuidan de los mayores y a todo el sistema sanitario que asume la primera línea de combate contra este enemigo cruel y despiadado; y a todas las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (Guardia Civil, Policía, U.M.E., Policía Local y Autonómica, Bomberos, 112, servicios de rescate); a los capellanes de centros de mayores y hospitales y a los párrocos que se esfuerzan en que llegue ayuda de la Iglesia a los necesitados; a los empresarios que con su esfuerzo hacen posible que esto no se pare, incentivando a la sanidad y a la investigación entre otros aspectos; a todo el personal que sigue trabajando para darnos de comer y tener los servicios básicos cubiertos. Muchos de los que aquí relaciono ya han pagado con sus vidas la ayuda a los infectados. Esta primera línea ha estado “altamente expuesta” desde el principio. Ahora hay una nueva oportunidad para los que sobrevivan y la sociedad tenemos la responsabilidad de implicarnos en “cuidarles psicológicamente,” en justa reciprocidad por su generosidad y para que puedan seguir haciendo su trabajo en paz y con eficacia. Ellos también tienen familia… y pagan sus impuestos.

Les mando un abrazo inmenso a todos los “héroes silenciosos” que están ahí, en nuestra vida, ofreciendo la suya para que sigamos viviendo. ¡Cuidaos! Ya estamos ganando con tesón y prudencia esta dura batalla.

Mi recuerdo agradecido y emocionado a todos los que nos han dejado.

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