Viaje a ninguna parte
Como en la película, premio “Goya” en más de una categoría en el año 1987, dirigida por Fernando Fernán Gómez, basada en una novela suya que llevaba por título “El viaje a ninguna parte”. Así empiezo esta carta, que espero les resulte un poco entretenida al menos. Les dejo unas líneas para hacerles recordar:
“En aquel tiempo obligaban a cerrar esos sitios muy pronto. Cosas de Franco, que como él no salía de noche...”.
Llevo dándole vueltas a la cabeza desde que empezamos este encierro, obligado y voluntario a la vez, después de la fase de alejamiento de las iglesias, los amigos, los parques, el cine, los museos, la pista finlandesa, las tiendas, las terrazas, ¿qué nos deparará el futuro más próximo?
Las autorréplicas que me obsequio a mí misma no me seducen nada; me temo que este momento, no sé si llamarlo “estado de alarma” o “estado alarmante”, no va a dejar de existir nunca más. Hace años veía películas en las que la humanidad se iba transformando en muertos vivientes, debido a una fuga masiva de origen radiactivo, en alguna fábrica perdida en algún lugar de los Estados Unidos. Esta vez se cree que viene de China, de momento sin zombies, lo cual es un inmenso alivio.
Este modo de vida, alejado del mundo, ocupando la cabeza en la lectura, hablar con alguien por las tardes, corregir tareas y responder emails, rezar, no ver la televisión, pero sí ver a Iker Jiménez en “streaming”, hablando sobre tácticas oscuras llevadas a cabo por las “fuerzas ocultas del mal y la mentira” que actúan en este país nuestro; algo de ejercicio, que yo llamo “pasillaje”, aprender a hacer repostería para regalar, y múltiples tareas más, han llenado los elásticos y eternos días de nuestra clausura.
Siempre admiré a esos que un día deciden dejarlo todo atrás e irse a un convento con otras personas para rezar y ocuparse de Dios; dudaba que una persona cabal pudiera estar toda una vida en el mismo recinto y rodeada de los mismos seres humanos hasta la muerte. Me parecía una aberración y un aburrimiento enormes y algo muy duro de sobrellevar, sobre todo en la más que posible coyuntura de no encajar bien con los sujetos con los que vas a compartir toda tu vida en el mismo emplazamiento sin posible salida.
La situación en la que hemos estado inmersos creo que ha sido algo similar a encontrarse en un convento. Aun así, no resultó tan desesperante como muchos rumiábamos cuando todo esto empezó, aquel primer día de reclusión, lunes 16 de marzo.
No sé si hemos aprendido que “el hombre propone, pero Dios dispone”. Seguro que todos teníamos alguna salida ya organizada, una estancia en un balneario, para dejar atrás ese estrés de la vida diaria. Otros quizás habíamos pensado en irnos a Italia o al sur de España a tomar el sol y caminar a lo largo de la costa. Otros, acaso, solo necesitábamos descansar en nuestras moradas, lejos del bullicio y de la algarabía de los días ordinarios de trabajo.
Pues ahí es donde interviene Dios y nos recuerda que, aunque ni siquiera le miremos, Él siempre está a nuestro lado, ayudándonos en la lucha de la vida, que muchas veces es bastante dura, auxiliándonos y protegiéndonos en nuestros pesares y tristezas. A veces, muchas, muchas veces, tenemos alegrías, pero siempre olvidamos compartirlas con Él.
Ahora ya nos hallamos en la siguiente fase, ¡a ver qué nos depara la existencia de ahora en adelante! Algunos se han quedado atrás, qué pena, otros no, supongo que estaremos agradeciendo a Dios el habernos dejado aquí para poder mejorar, enmendar nuestro pasado y pulir un poco el alma, que la tenemos indómita y un tanto silvestre.
Acabaré estas “meditaciones-que-no-llevan-a-ninguna-parte” con las siguientes líneas del poema de Juan Ramón Jiménez “Dios de Amor”, llenas de Amor y admiración por Él, al que en múltiples ocasiones dejamos, conscientemente, fuera de nuestras vidas,
Lo que queráis, señor;
y sea lo que queráis.
Si queréis que entre las rosas
ría hacia los matinales
resplandores de la vida,
que sea lo que queráis.
Si queréis que entre los cardos
sangre hacia las insondables
sombras de la noche eterna,
que sea lo que queráis.
Gracias si queréis que mire,
gracias si queréis cegarme;
gracias por todo y por nada,
y sea lo que queráis.
Lo que queráis, señor;
y sea lo que queráis.
Ya me despido de todos ustedes, sí, pero regalándoles una disertación que debería ser el alma de todos aquellos que están a cargo de la “res publica”, cuatro minutos de “El gran dictador”, con ese discurso final de Charlie Chaplin que toca el alma y nos organiza el sentido común, que falta nos hace. Les dejo dos enlaces, en inglés y español, siempre hay que escuchar la voz original de las personas que aparecen en las películas, porque creo que emociona mucho más.
Inglés subtitulada en español
https://www.youtube.com/watch?v=3cFTJ9q5ztk
Español
https://www.youtube.com/watch?v=ZAZdW6lJ0ds
Les doy las gracias, como hago siempre, por haberse tomado su tiempo en la lectura de estas reflexiones y pensamientos que no nos conducen a sitio alguno, tal vez solo a darnos cuenta de lo poco que es y vale una vida y de todas las horas que desperdiciamos en no querer pensar.
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