Doctora Judit
En mi repaso diario a esta sección de este mi periódico, reparé en un escrito de la doctora Judit Fernández Fuertes, “De héroes a villanos”, dirigido al señor Viñas García, en contestación al suyo (de él) “Nadie hace más de lo que puede jamás (médicos y jueces)”. No mejoro mucho, su sintaxis da para poco e insiste con la prosa sin hacer caso a mi consejo de pasarse a la poesía donde la sintaxis es más lasa. No incluye en ese jamás al oficio que según él ejerció su padre, pero sí cita que Franco le obligó a doblar la jornada sin abonarle el sueldo. Miente, costumbre arraigada en él, para que el escrito le resulte redondo. A mi padre, gruista en el puerto de San Juan de Nieva de una grúa que volcaba los vagones de carbón en las bodegas de los barcos, nunca nadie le obligó a doblar jornada y cuando lo hacía para financiar mis estudios cobraba doble. La doctora y sus colegas tuvieron suerte, pues al fin y al cabo no los insultó. A mí por el solo hecho de alinearme con otro colaborador que se quejaba de lo mucho que se blasfemaba en Asturias me atribuyó los siguientes epítetos con la sola intención de caracterizarme sin conocerme de nada: mojigato tonto de la derecha, melindre, viejo (ahí acertó), pisahuevos, impertinente, remilgoso, pedante, hijo de papá, prepotente, remilgado, tonto, ególatra, ñoño, confundido, despistado, listillo de turno, caradura, torpe, vanidoso y pedante. Le ayudó otro colaborador, el señor Alonso. Ninguno de los dos me conoce ni yo a ellos, solo mantuvimos unos “amables” escritos a través de esta sección.
Le tuve que aclarar que yo no estaba doctorado como el Sr. Sánchez, pues las carreras técnicas y las especiales no estaban integradas en la Universidad y el doctorado llegó tarde para mí. Si aludí a mis estudios fue para desmentir a su amigo Sr. Alonso afirmando que hasta el 82 nadie comió caliente en España si no era hijo de “señorón o extraperlista”. Yo sí había comido caliente a pesar de haber nacido en un precioso lugar, San Juan “del lao de allá”, pero sin ninguna infraestructura y ser hijo de un obrero del puerto. Para el bachiller tenía que cruzar la ría a remo, caminar entre vagones de carbón, tomar el tranvía hasta el parque y caminar hasta La Magdalena, donde estaba el añorado colegio de Don Víctor.
En verano, a las cinco de la mañana, estaba en la mar a remo pescando calamares con lo que compraba los textos para el curso. La noche que murió Franco yo dormía en un hotel de cinco estrellas en Barcelona por razones de trabajo, sin ser hijo de “señorón ni extraperlista”, solo hijo de obrero serio y trabajador.
Ya le digo, doctora, ustedes tuvieron más suerte que yo con el Sr. Viñas.
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