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Distancia de seguridad

12 de Mayo del 2020 - María Bobes Fernández (Oviedo)

No pensaba escribir nada sobre la pandemia del coronavirus, el confinamiento, la situación sanitaria o la hecatombe económica que se nos avecina. Son muchas ya las personas que hablan de esto. Unas de manera reflexiva, artística o constructiva y otras sembrando bulos y cizaña.

Algunas lo hacen con afán puramente didáctico y divulgativo, aportando sus conocimientos y experiencia en campos tan interesantes en estos momentos como la virología, la epidemiología o la salud pública. Se lo agradezco, intento comprender sus palabras y, por supuesto, seguir sus indicaciones y consejos. Así lo hice desde el primer día y procuro seguir haciéndolo ahora que empieza el progresivo desconfinamiento.

Todas estas personas a las que consideramos expertas, no se atreven a vaticinar el comportamiento del virus de aquí a unas semanas o a unos meses, pero de lo que sí están seguros es de que esa vuelta a la vida activa ha de hacerse con mucho cuidado y de forma progresiva, porque el virus no se ha esfumado, sigue estando entre nosotros. Repiten sin cesar que lo más importante, además de lavar las manos o desinfectar nuestro entorno, es guardar la distancia de seguridad en nuestros encuentros con otras personas o en nuestras salidas a la calle. También dicen que el uso correcto de mascarillas puede ayudar a frenar la propagación del virus. Cualquiera de nosotros podemos ser un contagiado asintomático y, sin querer, estar contagiando a otras personas. Esto provocaría un retroceso que podría hacer que todos volviéramos a estar recluidos en nuestras casas y los negocios no pudieran abrir.

Ayer, cuando poco antes de las nueve y media volvía a casa tras mi paseo de cuarenta minutos –cómo descansa con él una vista obligada a mirar de cerca y fija casi siempre en pantallas–, un grupo de unas cinco o seis personas de mediana edad charlaban animadamente en medio de la acera. Entre ellas guardaban distancia suficiente, pero no permitían que nadie circulara por la acera haciéndolo. Cuando llegué al grupo, como vi que no tenían intención alguna de moverse, salí a la carretera para evitarlo. Una vez salvado, volví a la acera y como me di cuenta de que uno de los miembros del grupo me miraba, le dije –sin levantar la voz y de manera educada y respetuosa– que si ellos llenaban la acera otras personas no podíamos pasar manteniendo la distancia de seguridad. Molestos, me respondieron con un montón de sandeces dichas de mala manera.

Llegué a casa triste y disgustada. No hay derecho. Así no salimos de esta. Saldremos si todos los vecinos y compatriotas –de cualquier edad, sexo o ideología– dejamos de sacar pecho creyéndonos más listos, más españoles y más enterados que nadie. Porque aquí nos salvamos todos o no se salva nadie.

No repitamos el espectáculo bochornoso que da nuestra clase política, que parece más ocupada de obtener tajada de cara a nuevas elecciones que de sacar al país de la debacle en que está metido. Que nadie es más patriota por poner banderas enormes en su balcón, sino por tratar con respeto a su vecino y con él tirar por el país adelante, en la misma dirección. Si nos paramos a reñir unos con otros, solo perdemos tiempo, un tiempo que corre en nuestra contra.

La mayor parte de nuestros políticos resultan vergonzosos; quien no carece de cintura es un bocazas, se adueña de dinero de todos o acepta de tapadillo donaciones de ricos extranjeros. En eso estamos casi todos de acuerdo. Pero como no vamos a gastar un montón de dinero que no tenemos en otras elecciones, tendremos que arreglarnos con el Gobierno que tenemos, será lo mejor. Cuando toque volver a las urnas, el resultado será consecuencia de lo que hagan ahora. Y ahora toca salvarse. Todos juntos a una pero con distancia de seguridad.

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