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Pondré mi arco iris en las nubes del cielo, entre mí y la humanidad (II)

11 de Mayo del 2020 - Agustín Hevia Ballina

El Arco hila signo de amistad con Dios y de esperanza

En una entrega anterior, traté de ofrecer una visión sobre catástrofes, hecatombes y pestes que, a lo largo de la Historia, vinieron asolando a la humanidad. Para los hombres dotados de un espíritu de creencia en Dios, se consideraron tales aconteceres como signos manifiestos de que la Providencia divina estaba interviniendo en la Historia humana, provocando actos de conversión y arrepentimiento, que volvían a acercar a la Humanidad al Todopoderoso, a ese Dios que, por antonomasia, es Padre.

Sumario: Una visión de consuelo y aliento en tiempos de calamidad

Destacado: Salgo a la terraza en la falda del Naranco. Hermosísimo arco iris hace su aparición en los cielos. Un extremo, sobre el HUCA. El otro, sobre el mar de Gijón. Pienso en que el arco iris puede interpretarse como signo de la reconciliación de Dios

Cuando tenía escrita la entrega que antecede sobre la Peste, tuve la vivencia excepcional de contemplar un espectáculo singular, al que hizo referencia en su columna de este periódico, Evelio G. Palacio. Escribe con la maestría que él sabe hacer: “A punto de morir la tarde, la tormenta dejó un arco iris perfecto sobre Macondo. Una imposta del arco descansaba en terrenos de la Puebla, la otra imposta volaba libre hacia los del condado (Puebla de Siero y Noreña)”. El autor escribe en San Martín de Anes, su Macondo particular.

“La bóveda de hermosos colores brillantes partía el cielo en dos. Por encima de las dovelas del arco sujetaban una furiosa mancha gris y mantenían a raya su ira. Por debajo la flecha enmarcaba un claro de nubes blancas sobre trama azul en lontananza. Eran la grandeza y la belleza de la vida”.

Yo había tornado también disfrute de tan hermosa visión desde la terraza de mi casa, en Fitoria. Había ido tomando apresuradas notas, como cuando Plinio el Viejo anotaba los fenómenos y las incidencias, que iba observando en la erupción del Vesubio del año 72. Escribí para mi personal uso y utilización: “Viernes, a 17 de abril de 2020. Son las ocho y cuarto de la tarde. Pronto anochecerá. Ahora todavía hace sol. Cielo nuboso. Caen unas gotas de una nube que pasa. Salgo a la terraza en la falda del Naranco. Hermosísimo arco iris hace su aparición en los cielos. Un extremo, sobre el HUCA. El otro sobre el mar de Gijón. Pienso en que el arco iris puede interpretarse como signo de la reconciliación de Dios, como si estuviera enojado con la Humanidad. Por algo un extremo parece apoyarse sobre el HUCA, sitial de tanto dolor. Tantos enfermos, todos los días. Tantos fenecidos. Me acuerdo del “Libro del Génesis” (9, 12-15). Sigo leyendo lo anotado en la breve nota. Torno de su estante la Biblia de Jerusalén. Leo y transcribo:

Acababa de tener lugar el diluvio universal, la mayor catástrofe, el mayor estrago que pudo sufrir la Humanidad. Como únicos salvados, Noé y su esposa, sus hijos y las esposas de sus hijos y una pareja de animales de cada especie. Sobre la tierra había quedado extinguida toda especie de vida. La paloma y el ramo de olivo en el pico fue la señal de que Noé y los suyos podían abandonar el arca, porque se habían retirado de sobre la faz de la tierra las aguas del universal diluvio. Salieron todos del arca y Noé levantó un altar sobre el que ofrecer un sacrificio de acción de gracias a Yahvé, que para el viejo Patriarca constituyó promesa de pervivencia por siempre: “Pongo mi arco arriba en las nubes del cielo. Esta será la señal de la alianza que para generaciones sin fin dispongo entre mí y vosotros. Cuando yo anuble de nubes la tierra me acordaré de la alianza que media entre yo y vosotros, con promesa de que no habrá un nuevo diluvio sobre toda alma viviente: el arco iris será la señal de la alianza que tengo establecida entre yo y toda carne, de que no habrá nunca más otro diluvio sobre la tierra”. El HUCA es mi primera visión, al abrir la ventana en la mañana, recién amanecida. Un recuerdo cálido y caritativo, lleno de piedad y de compasión me brota de los hondones del corazón: son numerosos, seguramente, los que no han superado la noche. “Descansen en paz”, estallo en compasiva oración; “que el Señor los reciba en su gloria”. Para los días que sigan, un recuerdo alentador, un signo de esperanza y de consolación. En el cielo de Oviedo, el signo de la alianza entre Dios y los seres creados, el más hermoso arco iris, del que aprendí, siendo muy niño, que el “arco iris estaba formado, al atravesar un rayo de sol las gotas de agua de una nube”. Aprendí también que sus colores eran siete: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y violado. Esa tarde se destacaban nítidos, bellísimos los colores, como si la paleta de Yahvé Dios, con su pincel de hermosuras tersas, se hubiera volcado en el “arco iris” que brillaba sobre los cielos de Oviedo. También aprendí en mi “Historia Sagrada”, que el primer arco iris de la Historia lo había pintado Dios, poniéndolo sobre las nubes del cielo, como señal imperecedera de su alianza con los seres humanos. ¿Sigue Dios poniendo ese arco iris como signo perenne de su amor hacia la Humanidad? Para mí, lo he de decir sin hesitación, Dios continúa poniendo su arco sobre las nubes del cielo, para consuelo y aliento de la esperanza en medio de tanta calamidad. Continúo embebido, como extasiado, en el arco iris que hoy nos ha colocado el Señor, nuestro Dios, su arco iris, que contribuye a aumentar nuestra confianza en Él, que es el Cristo de la Resurrección.

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