Millennial y educadora social
Ser educadora social y millennial no es casualidad. Lo primero es elegido y lo segundo es parte de lo que a nuestra generación le ha tocado vivir. Se dice que somos post-generación X y la que precede a la generación Z.
Nuestra generación pasó de lo analógico a lo digital en una década, algunas de nosotras crecimos en una primera infancia donde aún se remendaban calcetines y se cosían rodilleras en un intento de ocultar los rotos de los pantalones, que sufrían las constantes caídas producto del permanente juego en la calle, en los barrios.
El “apaga la luz” o “cuelga el teléfono” que nuestros padres y madres nos lanzaban tan a menudo como nos levantábamos del sofá para cambiar de canal de televisión. Síntoma de las necesidades heredadas y sufridas durante más de 40 años por nuestros padres, madres, abuelos y abuelas.
Una época y un país nuevo en democracia y en derechos y deberes de la ciudadanía. Una generación Millennial que emergía con la década de los ochenta y se prolongaría hasta finales de los noventa.
Algo que también aparecía con nosotras, pero que no era nuevo, es la Educación Social. Proyectada como una necesidad y una realidad que siempre emergía en los grandes momentos de cambios, como, por poner un ejemplo, la Revolución Francesa o la Revolución Industrial. No es extraño que la palabra revolución, como cambio brusco y significativo que da paso a nuevas eras y momentos históricos, venga asociado a la Educación Social, aunque existía sin ser reconocida, sentaba las bases de lo que hoy somos y de la necesidad y utilidad social de esta disciplina: acompañamiento del individuo y dotación de herramientas para lograr su plena autonomía personal y social.
Su necesidad, en un mundo que intentaba dejar atrás el dominio de la Iglesia sobre la fatalidad de los que menos tienen, siendo un Estado democrático consciente de la importancia que cobra encargarse de no dejar a nadie atrás, y el importante significado de acompañar y empoderar en lugar de crear dependencia asistencial de aquellas personas que sufren necesidad, discriminación o cualquier otro tipo de carencia puntual o prolongada. No basta con dar, es necesario enseñar.
No dejar atrás es algo que últimamente leemos y escuchamos en los discursos políticos de aquellas formaciones más progresistas, pero ¿de dónde procede y qué significa? Para descifrarlo solo hay que escuchar y/o leer al gran paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, codirector de los yacimientos de Atapuerca, que está convencido de que nuestra evolución como especie se debe a la maduración social que hace miles de años decidieron no dejar atrás al menos capaz, al que menos podía.
Como millennial me ha tocado vivir, justo cuando comenzaba a poder desarrollarme laboralmente tras unos años de precariedad por falta de experiencia profesional, la Gran Recesión de 2008, una recesión que duraría cerca de 10 años y de la que apenas comenzábamos a recuperarnos, diez años que mermaron los servicios públicos tan necesarios. Cuanta más desigualdad se creaba, más se recortaba en lo público y se inyectaba dinero a los bancos ante una sociedad paralizada que no entendía nada de lo que ocurría a su alrededor. Una España que no se alejaba de la España de la generación X con pérdida de derechos por doquier.
Lejos de llegar al clímax de la recuperación económica, y con programas políticos actuales prometiendo la recuperación de lo público en favor de la ciudadanía, llega sin avisar una crisis sanitaria, económica y social sin precedentes que vislumbra un nuevo horizonte difícil, o más bien podemos interpretarlo como un jarro de agua fría para que se ponga en valor aquello que realmente debe tenerlo.
En estos momentos, en la que cobra gran importancia lo público, es necesario no olvidarnos del cuarto pilar del Estado del bienestar: los Servicios Sociales. El patito feo de todos los gobiernos. Se necesita conocerlos y respetarlos, para poder conocer y respetar a las miles de personas que acceden a ellos.
Al igual que un/a cardiólogo/a no saca muelas, o un/a profesor/a de Matemáticas no imparte Educación Física, debemos dar importancia a las diferentes disciplinas que conforman los Servicios Sociales, ninguna menos necesaria que la otra. Dotar de equipos multidisciplinares y de inversión pública facilitará, a la larga, un ahorro significativo. Olvidemos las viejas políticas de pagar para quitármelo de encima y no dejemos a nadie que se quede atrás.
Por lo tanto, me declaro millennial y precaria, pero sobre todo educadora social y necesaria.
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