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La responsabilidad de un mal ejemplo

12 de Mayo del 2020 - Laura Zaldívar Lobato (Oviedo)

Me gustaría compartir una reflexión que me ha acompañado los últimos días, y quería plantearla de la siguiente manera. Formo parte de la generación que el día de mañana ocupará puestos de gran responsabilidad, llevaremos las riendas de la sociedad y tendremos que lidiar con situaciones más o menos complejas que se nos irán presentando con el tiempo. Estamos preparándonos para ello día a día, y aún necesitamos aprendizaje y experiencia. Egoístamente reconozco que me gustaría ver en nuestros líderes un ejemplo a seguir, que fuese al mismo tiempo modelo de conducta y reflejo de que vamos por el buen camino con nuestra formación.

Por eso ahora parece lógico que nos preguntemos el porqué de ciertas cosas que se nos han inculcado y cuya verdadera utilidad parece, como mínimo, cuestionable. Como por ejemplo, por qué nos piden que desarrollemos nuestras habilidades de comunicación si después vemos como nuestros representantes se dirigen a nosotros con un lenguaje afectado y, cuando menos, retorcido, tras el cual maquillan una realidad que a todos nos afecta, y buscando deliberadamente alejarnos de la comprensión de sus palabras.

Cabe plantearse por qué en cualquier presentación en público, desde el colegio hasta la Universidad, debemos cuidar el ser siempre ordenados y coherentes y explicarnos de manera precisa pero comprensible si después escuchamos un bombardeo de cifras desordenadas e incoherentes, vacías de todo significado, que nadie es capaz de retener. Aunque quizá mejor, ya que así no interiorizamos la gravedad del problema que nos toca vivir.

Tenemos que ser capaces de tomar decisiones y después responsabilizarnos si las mismas tienen consecuencias, se valora la capacidad de dar la cara y reconocer que lo hemos hecho mal. Y sin embargo lo único que vemos a diario es un gesto cabizbajo incapaz de mirar de frente las críticas, o una sonrisa burlona acompañada de unas palabras llenas de un inmerecido orgullo que no solo no pide disculpas, sino que alaba las actuaciones que se han llevado a cabo hasta ahora, y sus (inexistentes) buenos resultados.

Muchos procesos de selección para proyectos de mayor o menor importancia, así como las entrevistas de trabajo a las que nos dicen que nos enfrentaremos dentro de no mucho tiempo, se basan en simular una negociación y mostrar nuestras capacidades para trabajar en equipo y llegar a un acuerdo, y constantemente asistimos a una guerra de puyas multidireccionales, posturas rígidas que rozan lo caprichoso y un intento desesperado por mantener una endeble estructura de alianzas que únicamente comparten un interés, el propio.

Ante este sinfín de contradicciones que nos encontramos podríamos pensar que lo que se nos enseña carece de toda utilidad, que la realidad es muy diferente de lo que nos hacen creer y que el esfuerzo en todos estos aspectos no solo es innecesario, sino que no sirve para nada.

Pero para toda nuestra generación, que algún día ocupará esos cargos de gran responsabilidad, esto está siendo una fuente de aprendizaje increíble. Un ejemplo tan nefasto que nos anima a esforzarnos aún más para ser diferentes de aquellos que hoy desde cargos con inmensos poderes, acrecentados en una situación de crisis, no han sabido estar a la altura. Parece casi un caso de psicología inversa. Y si algo bueno podemos sacar de todo esto es que lejos de desanimarnos, ahora estamos más decididos que nunca a ser los mejores líderes del futuro, unos de los cuales nuestros hijos estén algún día orgullosos y que puedan servir como ejemplo, algo en lo que nuestros líderes han fracasado estrepitosamente.

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