Homenaje al Profesor David Rivas Infante
En unos meses me tocará vivir una de las experiencias únicas en toda vida del docente: dar clase por primera vez. En medio de la incertidumbre de si lo que veré serán caras contrariadas, de carne y hueso, o megapíxeles de expresión borrosa, busco referentes en los que apoyarme para estar -o, al menos, intentarlo- a la altura de la situación actual. Comienzo así a recordar a todos los profesores que me dieron clase en la carrera, sus métodos, sus expresiones, sus manías.
Estudié Derecho y Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, el mismo lugar donde pronto cambiaré las tornas. Tuve la suerte de aprender de grandes nombres de la disciplina jurídica donde se coló, nada inadvertido, un economista asturiano. Inmediatamente, como ocurre cada vez que viajamos al extranjero y nos encontramos a alguien que habla nuestro mismo idioma, tuve una conexión abstracta con David Rivas Infante. Mi padre es asturiano y la patria, aunque sea cultural, siempre tensa ese hilo invisible que une a dos personas, o a dos mentes. David tenía, además, un punto extra de exoticidad, pues venía de otra facultad. Sin embargo, resultó ser un tipo más heterodoxo de lo esperado y con un gran sentido del humor.
Con David aprendí que no se necesita nada más que la pasión y la más rigurosa curiosidad para ser un buen profesor. Cuál es la capital de Uzbekistán, por qué el símbolo del dólar tiene dos columnas o por qué se nos asignó el espejo de Venus a las mujeres. Preguntas aparentemente tan ajenas a la ley del Oikos, pero que él sabía reconducir siempre al tema principal. Recuerdo que me gustaba ir a sus clases, verle dejar el periódico sobre la mesa y que nos invitara a pensar, a debatir con los compañeros con los que apenas en los cuatro años precedentes habíamos intercambiado palabra, mediando siempre desde el respeto y la más profunda admiración. Porque, a veces, es necesario recordar que la Universidad no es sino una escuela de pensamiento libre.
David no manejaba la tecnología aplicada, aunque me gustaría haberle visto salir del paso en un contexto como el que vivimos hoy, donde las clases online están empezando a ser la regla general. Y es que el dinamismo de sus clases, construidas sobre el diálogo bilateral, de aprendizaje mutuo y constante, hubiera sido muy difícil de desarrollar pantalla mediante. En un estilo inspirado en la pedagogía crítica de Freire, nos hizo ricos y él mismo se enriqueció. Utilizaba una estrategia win-win como mejor ejemplo de macroeconomía. Me dio mucha pena saber que se jubilaba, pensando en todos aquellos alumnos que no iban a poder experimentar y disfrutar tanto como yo de sus clases. Pero para eso también estamos las nuevas generaciones, para revalorizar un legado que no debe perderse.
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