La ruleta rusa de la irresponsabilidad
El confinamiento nos ha enseñado muchas cosas forzosamente, casi a punta de pistola. Y no hablo de un arma empuñada por el Gobierno, sino de aquella con la que nuestro consabido enemigo invisible encañona a la práctica totalidad de la población mundial. Y es que enfrentarse a un peligro constante, invisible, que te mira a los ojos nada más pones un pie en la calle es, salvando las distancias, poco menos que una ruleta rusa de un solo jugador, nosotros, con una pistola de balas invisibles. Quién sabe cuál es la mortal.
La pistola aparece en nuestras manos cada vez que salimos a la calle. Así que la lógica aplastante nos dice que la única manera de no jugar es salir lo menos posible. Y así llevamos dos meses, en la seguridad del único reducto que no nos pone el arma en la cabeza. Y no se engañen: esta desescalada nos permite salir cada vez más, pero seguirá siendo igual de peligroso mientras no respetemos las medidas de seguridad. Quizá el revólver del coronavirus tenga cada vez menos balas en el tambor, pero cualquier movimiento en falso y las recámaras vacías brillarán por su ausencia.
La economía se muere, es cierto. El Gobierno no ha obrado del todo bien, también lo es. Pero ni ha matado ni está matando a nadie, no le atribuyamos responsabilidades que son de la covid-19. Y mucho menos atentará contra la vida de alguien mientras la gestión de la desescalada siga siendo lenta y cautelosa. Dejemos de hablar de las fases como si fuera una competición, en la que quedarse atrás es motivo de escarnio o burla, de ofensa o deshonor, más que de comprensión y solidaridad.
Hemos aprendido muchas cosas, pero una parece que la más importante aún no nos queda clara: este virus lo paramos unidos. No hay ninguna otra manera. Cualquier enfrentamiento, cualquier agravio comparativo, cualquier irresponsabilidad, cualquier lucha de egos, creará la situación perfecta para que el revólver llene su tambor sin que nos demos cuenta. Para que el "mortal" se imponga sobre el "potencialmente". Para que atentemos, en definitiva, contra nuestras propias vidas.
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