En recuerdo de Antonio, el del bar La Torre
Me gano la vida de otra manera. No es esto de escribir una de mis virtudes, pero siento necesidad de poner unas líneas como pequeño homenaje a Antonio Morán, el del bar La Torre, del ovetense barrio de Teatinos. No pensé en escribir esto. No tan pronto.
Toda una vida llena de calamidades en las que nunca tuviste la culpa, la traumática amputación de tu brazo derecho, el linfoma de Hodking y la quimioterapia... y ahora, al poco de jubilarte, el cáncer. Desde este último diagnóstico te he visto apagarte y perder toda esa paz reconquistada tras años de lucha solitaria. Pasaste meses tristes, llenos de miedo, de incertidumbre. Pero te volvimos a ver reír, creías en la gente, en tus muchos amigos, para quienes siempre tenías tiempo, generoso hasta el agotamiento. Nos diste mucho más de lo que recibiste. En tiempos cínicos y egoístas, fuiste alguien que daba todo por los demás. Ejemplo de superación.
En las honras fúnebres celebradas estuvimos presentes, acompañando a tu familia, numerosos amigos, que quisieron despedir y testimoniar no sólo a un amigo de sus amigos, sino a un amigo de todo el mundo, a un ser cordial, serio, honrado, generoso y sencillo al que hemos tenido el privilegio de conocer. No faltó nadie. Todos quisimos estar a tu lado.
Entre los muchos recuerdos de numerosos momentos compartidos me viene a la mente uno que me impresionó especialmente y que hacía una definición de tu propia existencia; me lo soltaste hace unos años, el mismo día que habiendo sido intervenido quirúrgicamente de una hernia en el Hospital General, y coincidir con una de mis guardias en oftalmología, al ir a verte a la habitación por la tarde-noche te empeñaste en que fuésemos a cenar a la cafetería de la novena planta, por lo que no me quedó más remedio que acompañarte: «Estoy plenamente convencido de que he vivido una vida tan llena que no me cabe nada más, que no hay ningún hueco por llenar. En realidad, pienso que he vivido varias vidas, lo he pasado mal, muy mal, pero no me cambio por nadie. He trabajado mucho, pero tuve tiempo para echar la partida con mis amigos y comer con ellos. Me podrán criticar otras cosas, pero no el haber perdido el tiempo».
Hacia la mitad de la calle Bermúdez de Castro estaba el bar La Torre, que regentó durante varios años. Con los años, los humanos adquirimos querencias que tiran más que soga. Eso era Antonio: pura querencia hacia el que uno se dirigía para pasar un rato agradable, muy agradable, mientras tomábamos unos vinos y, si la tarde resultaba propicia, cantar las cuarenta. Y siempre envueltos en un ambiente como de encantamiento y a fe mía que el encantador era de carne y hueso: Antonio Morán Fernández. Gracias, Antonio.
Todos sentimos el cierre del bar La Torre, y después de dar tumbos por diferentes lugares muchos hemos aceptado que nada puede volver a ser ya como antes. Nos habías envuelto en un ambiente imposible de repetir. Tu local fue la urdimbre sobre la que fuiste tejiendo cuidadosamente tu perfil y tus costumbres de hombre que confesaba ser feliz así, con sus amigos.
Para Palmira, tu esposa, y tus hijas, Pili y Susana, laceradas por la herida de tu muerte, que el bálsamo de tu alegría y desprendimiento aminore en lo posible su dolor. Y que el afectuoso recuerdo y la consoladora oración hagan menos dura la separación.
Querido Antonio, descansa en la paz del Señor. Tus afectos y recuerdos permanecerán siempre con nosotros.
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