El covid-19

29 de Mayo del 2020 - Esperanza Álvarez Rodríguez (Avilés)

El 17 de mayo, mi familia y yo nos hemos topado con unos agentes de la Policía Local de un municipio de Asturias que en un exceso de celo han irrumpido en un prado de los muchos que tenemos en esta tierra, situado al lado de un embalse. Hacía un tiempo maravilloso, por lo demás poco frecuente en esta tierra, y estábamos disfrutando de la calidez del sol y la sensación de libertad, después de estar confinados sin salir de casa hasta hace unos días. Habíamos accedido por fin a la fase 1 del confinamiento y podíamos ir a un lugar situado a unos 3 kilómetros de nuestra ciudad, por cierto, propiedad de una empresa siderúrgica, donde podíamos disfrutar, como otros años, de la tranquilidad que no ofrecen las playas. Estábamos los tres y nuestra perrita, y de repente mi hija de 17 años me dice: “Mamá, han parado en la carretera tres coches patrulla de la Policía Local y vienen tres agentes hacia aquí con chalecos antibalas y todo”. Yo me levanté de la silla, perpleja al pensar si nos habrían confundido con unos delincuentes o terroristas, ya que incluso habían cruzado uno de sus coches frente al nuestro, para impedirnos la huida. Me dirigí al más avanzado de los tres, y él me explicó que no podía estar allí porque la ley lo prohíbe, a lo que le respondí: “¿En qué artículo o disposición se prohíbe tomar el aire o el sol, máxime estando en un sitio totalmente aislado de cualquier otra persona a quien pudiéramos contaminar?”. El policía, el mayor de los tres y supuestamente más conocedor de la ley, me amenazó con imponernos una multa de 601 euros por cada uno si no nos íbamos. Yo seguía sin entender nada y tratando de hablar tranquilamente con él, ya que al fin y al cabo era la “autoridad”, pero él seguía insistiendo en que nos fuéramos, sin más explicaciones de por qué habían acudido allí.

Mi hija y yo decidimos que era mejor marcharse, no sea que nos llevasen a todos detenidos. Nos desplazamos a un bar próximo a tomar algo, y el dueño del bar nos dijo que habían llegado los tres coches patrulla a su propiedad preguntando si estaban los infractores allí, a lo que él, perplejo, contestó que no, y ellos arguyeron que alguien nos había denunciado, cosa que imaginábamos, pues la hierba del prado estaba muy alta y desde la carretera no nos podían ver, por lo que ya habíamos supuesto que se trataba de algún ciudadano “ejemplar” al que le resultó raro que unas personas normales estuviesen allí, similar a los que en la época de los nazis delataban a los judíos ocultos por puro “patriotismo”.

¿No creen estos opresores que están llevando demasiado lejos su ansia de hacer cumplir las leyes como en otras épocas en las que las libertades mínimas brillaban por su ausencia? Resulta que ahora se aplican las leyes por defecto, es decir, que como no figuran entre otras cosas como propias de cada comunidad autónoma, por ejemplo los prados (no parques ni lugares con mucha gente), pues se aplica la ley de la prohibición. Otra forma de explicarlo sería el que alguien no es culpable a no ser que se pueda probar, o sea, que todo el mundo es inocente a no ser que se demuestre lo contrario. Aquí se aplica lo de “está prohibido si no figura en la ley específicamente”.

Espero y deseo de corazón que aquellos que interpreten las leyes sean un poco más lógicos y no se dejen llevar por un celo excesivo y equivocado.

Una ciudadana muy indignada.

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