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España es católica

19 de Mayo del 2020 - Laura María López Varona (Cangas de Onís)

El 1 de marzo del año 311 publicó Galerio un edicto en su nombre y en el de Constantino y Licinio por el cual se autorizaba a los cristianos profesar libremente sus opiniones particulares y reunirse en sus conventículos sin temor alguno, lo que supuso salir del seno de las lóbregas catacumbas. Desde entonces, este primer apoyo estatal ha sido directamente combatido por las iras de todo empeño negacionista. La derrota niega la victoria; la inexperiencia niega la experiencia; la ignorancia niega el saber; los vicios niegan las virtudes.

Secularizar la vida pública y descristianizarla por completo es un anhelo que tiene el actual Gobierno social-comunista y, aprovechando el estado de alarma, persigue a los católicos como si acudieran al culto en confuso tropel y hacinamiento peligroso, interviniendo despóticamente la misa y alterando la liturgia para trazar un plan del que no puede decirse que esté en armonía con los sentimientos religiosos de este país.

¿Qué interés político hay en este proceder? La Iglesia es la institución divina puesta en la tierra para mostrar, abrir y mantener expedito el camino al cielo. ¿Y qué le importa esto al gobernante Pablo Iglesias, que exhibe su falta de fe y no cree en el cielo? Le incomoda que alguien diferente a él tenga algo que decir en el vasto imperio que se llama “orden moral”; le fastidia que determinados actos humanos colectivos se realicen por medio de una potestad diferente de la suya, porque quiere ponerse él arriba y Dios abajo, o lo que es lo mismo; quiere el mundo al revés.

Pero en la pugna entre el mayor embaucador que ha pasado por el Gobierno, que pide ser Dios, y la Iglesia católica, que le responde: “Non licet”, surge una realidad inquebrantable: España es un país bautizado, un país católico, y no uno cualquiera; El Tarteso de las costas de Andalucía era la célebre Tarsis, donde arribaban las flotas de Salomón; San Agustín cuenta a los españoles entre los pueblos antiguos que adoraban a un solo Dios autor de lo creado, incorpóreo e incorruptible; era español el centurión Cornelio, primer gentil convertido a la fe. En España concluye el punto de una de las tres principales peregrinaciones del orbe católico: Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela. La propagación de la fe en España se verificó, no el siglo pasado, ni en el anterior, sino en tiempos de los Apóstoles. La fama de nobleza de carácter y valor de los españoles atrajo la mirada de San Pablo (en Tarragona se enseña la piedra sobre la que se subía para predicar, a fin de superar su escasa estatura), y en cuanto a Santiago, esa es cuestión de decoro nacional, pues ese nombre va unido a la memoria de sucesos notables y de conquistas sin número de nuestra patria. La Providencia hizo nacer en España, entre otras fuertes columnas de la Iglesia, a San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, a santo Domingo de Guzmán y a Santa Teresa. Los códigos jurídicos civiles y penales se inspiraron en los sagrados cánones. Los Colegios de Abogados nacieron en las sacristías para defender al pobre de los abusos del rico. No cabe en este artículo tanta historia como hay para demostrar este aserto.

El intento de despojar a España de su identidad católica es contrario a toda justicia, a todo recto ejercicio de legítima potestad, a todo orden y a toda razón, y la disposición de encerrar a los católicos en cierto género de catacumba desconoce los límites del que ha de mandar y los derechos del que ha de obedecer. La palabra “Eclesia” significa “asamblea de los llamados”, en cierto sentido antinómica de “sinagoga” que quiere decir “muchedumbre aislada”.

La Iglesia de España se las ha visto antes con negacionistas en anteriores persecuciones, en las que se ha tratado de imponer a la fuerza la costra leprosa del anticristianismo. ¿Qué remedios hay? Uno, el de los mártires; otro, el de Pelayo. En la aplicación de ambos una cosa es segura: nunca el malo será capaz de hacer por el mal las grandes cosas que el bueno hace por el bien. En Asturias tenemos ya una buena prenda a cargo de la Virgen de Covadonga. De tan poderosa y buena aliada, ¿cuánto no debe esperar la Iglesia? Ya puede ese buscador de camorra distribuir su plan jornada por jornada, que Dios le dirá como a las olas del Océano: “De aquí no pasarás”.

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