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Rogelia y Demetria, canto a la mujer asturiana

23 de Mayo del 2020 - Antonio Parra Galindo (Cuideru)

“Santa Rogelia”, la mejor novela de Palacio Valdés

Bajo la tenobia del hórreo al pie de la escalera junto a un pegoyo encontré un baúl repleto de libros del baúl de la abuela, he dado con la mejor novela a mi juicio de Palacio Valdés, “Santa Rogelia”, un verdadero tour de force en el cual resplandecen las habilidades narrativas y descriptivas de este asturiano que fue un auténtico genio de la novela española minusvalorado y que rechazan los lúgubres e ignorantes con la etiqueta de “carca”. Don Armando no era un escritor de derechas, tampoco de izquierdas. Pertenece a la estirpe de los Zola, los Stendhal, Chejov, Dostoyevski, Goethe, que lanzan el espejo a la vera del camino y ven pasar la vida tal y como es. Sinfonía Pastoral encierra tres claves: la asturiana, Madrid y el penal del Acho en Ceuta, tres variables incontrovertibles casi inauditas pero que el numen narrativo del lavianego sabe manejar a modo. Trazando un retablo de personajes a los que da vida en la novela: Rogelia, la bella muchacha asturiana huérfana que tiene la desgracia de caer en las manos de un monstruo el minero Máximo que la maltrata (violencia de genero), hay celos, un asesinato y la muerte de un guardia civil al que da muerte en la huida. Es condenado por la Audiencia de Oviedo a cadena perpetua. Rogelia, a quien pretenden los mozos más gallasperos del valle tras el internamiento de Máximo, conoce y se enamora del doctor Vilches. ¿Adulterio? No es la fuerza del amor y de la naturaleza, pero este sentimiento de culpa va a ser el eje de marcha alrededor del cual gire todo el argumento. Sórdidas pasiones ocurren en medio de un paisaje idílico del valle del Nalón cuyas aguas bajan turbias al cabo de la revolución industrial. En lo social están los de arriba, los que comen borona y los que no se conforman con la escanda y apetecen los mejores bocados de las beldades aldeanas, como don Enrique Sanfrechoso, el hidalgo montado en su jaca torda, presente en todas las fiestas requebrando a solteras y casadas. Este carcamal se pavoneaba de haber preñado a diestro y siniestro llenando varios concejos de hijos naturales. Con su acostumbrada rechifla ovetense Palacio denomina a este personaje Don Enrique el eterno masculino. El argumento discurre por lugares tan pintorescos como la iglesia de Sama, la cárcel de Laviana, el chigre de Fructuoso, la borona de la masera, Marciala la tendera, la romería de la Virgen del Carmen, etc. El convento de Valdediós. La dulzura de Rogelia se opone a la brutalidad de Máximo que se mitiga con el amor de Vilches, el medico madrileño. De esta relación nace un guaje: Joselín. Rogelia y Fernando, temiendo las habladurías, deciden abandonar Asturias para instalarse en Madrid, luego en Paris. Viven en la calle de la Magdalena en el palacio del marqués de Perales. Allí va a experimentar la protagonista una crisis mística tras su amistad con sor Cristobalina, la hija del marqués profesa en las carmelitas descalzas de Salamanca que es enviada a Madrid para morir. En esta monjita don Armando hace la apología de Santa Teresita del Niño Jesús, que introduce en la mística católica una nueva forma de espiritualidad, la de la pequeñez y la escalera espiritual. La monjita muere consumativa en sus brazos y Rogelia, quien, iluminada por una luz divina que le descubre las faltas de un más que dudoso amancebamiento, decide lavar su culpa marchando a Ceuta para ir al encuentro con su marido, condenado a cadena perpetua. Su estancia allá es una cadena de sufrimientos, abusos e intentos de violación por parte del teniente Soler, que trata de seducirla sin éxito. En el Acho, sin embargo, va a contar con el respaldo y admiración del tío Zenón, un cabo de vara que cumple cadena por haber dado muerte a un vecino a causa de una herencia. La trama es de una vivencia exquisita. Únicamente el buen hacer de este autor puede desatar los nudos argumentales tan complicados en los cuales un narrador poco profano no saldría de atascos pero, ya digo, la novela es un tour de force. Coges el libro y no se te cae de las manos hasta que lo terminas. Me ha costado releerlo un día entero y la mitad de una noche. Hay una dura crítica a la aristocracia porque el marqués es un sádico y corrupto que requiere los servicios de prostitutas de la Ballesta para ser azotado (al marqués le va la marcha) y su inocente hija la monjita dice que el crápula es un hombre piadoso, que guarda el ayuno cuaresmal y se flagela las espaldas con disciplinas... Otra clase de disciplinas y otros látigos y cilicios son los que practica su señoría. Mantiene el autor ideas propias sobre las devociones particulares y el misticismo de pacotilla, las historias del Antiguo Testamento, los borbones que han sido nefastos para el país España les debe tres guerras civiles. sobre los sátiros como Sanfrechoso y la necesidad de liberar y dignificar a la mujer manteniéndolas a raya de esos machos alfa que tanto abundan. Sobre la tonada asturiana que se escucha en el valle todas las tardes cuando regresan los aldeanos de la labor. Del libro es un friso de aquel mundo del siglo XIX descrito con el poderío de una gran pluma como la de este tremendo escritor nacido en Laviana, recriado en Avilés Sabugo tente firme, estudiante en Oviedo que se hizo escritor de fama en Madrid. Cuando se le murió la esposa (Demetria y Rogelia animan las vivencias de aquel amor que tuvo en su juventud en ambos personajes cantan las bondades de las dueñas astures en quienes resalta su fortaleza y su ternura), dejó de acudir al Principado y se compró una casa de veraneo en las Landas. Sus novelas nos hacen gozar y sufrir y nos animan a ser mejores aun cuando jamás de su pluma se vierten cantidades de moralina al uso, un defecto en el cual cae por ejemplo Galdós, al que se le ve el plumero de sus ideas. Palacio Valdés no. Es de esos escritores no contaminados que pasean el espejo a lo largo del camino.

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