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Asturias, más Paraíso que nunca

6 de Junio del 2020 - Carmen González Casal

Tantos días de confinamiento, sin apenas salir de casa, tienen su parte positiva. En medio del miedo a contagiar o ser contagiado, la pena por la muerte de miles de personas, la incertidumbre ante un futuro tremendamente precario, surge inhiesta –como la torre gótica de nuestra catedral– una verdad esencial en la que muchos no habíamos reparado por encontrarnos sumergidos en una vida estresante, en una carrera extenuante por obtener los mejores resultados profesionales, adquirir el último modelo de un coche de alta gama, visitar nuevo destino –más exótico que el anterior– o comprar otro conjunto para sumar a un armario a reventar de ropa.

¿A qué me refiero? La frenada de dos meses recolocó las prioridades de muchas personas y, como el líquido revuelto que al reposar sedimenta los distintos materiales según su peso, fuimos ordenando nuestra cabeza centrándonos en lo esencial. Y parte de esa esencia es la grandeza, el disfrute de “aquellas pequeñas cosas” a las que cantó Serrat, esas que no se compran con dinero, que tampoco requieren mucho esfuerzo, pero que aportan paz interior y salpican de felicidad la propia vida y las relaciones humanas.

Cómo valoramos ahora el beso de una madre o de un hijo; esa cervecita fresca, en nuestro bar, con la peña de amigos; el canto de los pájaros que ahora se escucha más que nunca; ese paseo tranquilo por cualquier rincón de nuestro Paraíso Natural –ahora más Paraíso que nunca–, sin necesidad de hacer colas en aeropuertos para volar a otros destinos.

¡Qué suerte tenemos de hacer esta desescalada en Asturias! Contemplar sus valles y sus verdes; sobrecogerse con la belleza de sus montañas –que en buena parte nos han protegido de tanto contagio–; observar el romper de las olas en nuestras maravillosas playas o, sin ir más lejos, pasear por un primaveral Campo San Francisco.

Sumario: Del disfrute de una tierra de la que somos afortunados

Destacado: Ojalá esta pandemia nos ayude a valorar mucho más lo nuestro, lo que tenemos en unos cuantos kilómetros a la redonda

De siempre el Campo fue un paso obligado en mis desplazamientos a pie por Oviedo, pero nunca había disfrutado tanto de sus rincones como hasta estos días, en los que lo recorro sin prisa, intentando adivinar las distintas especies de árboles; observando los patos que campan a sus anchas al sol en los aledaños del estanque; descubriendo el azulejo de la Santina en una de las paredes del palomar o buscando, entre las avenidas de Italia y de Alemania, algún recodo de refrescante sombra.

¡Que no nos acostumbremos a estos pequeños placeres! Lo decía de otra manera el gran escritor y poeta danés Hans Christian Andersen: “El mundo entero es una serie de milagros, pero estamos tan acostumbrados a ellos que los llamamos cosas ordinarias”.

Ojalá esta pandemia nos ayude a valorar mucho más lo nuestro, lo que tenemos en unos cuantos kilómetros a la redonda. A ser más austeros en nuestras elecciones y a la vez elegir nuestras tiendas y bares de toda la vida –con nuestras DOP–, nuestras sendas verdes o esas rutas de largo recorrido surcadas por nuestros ríos –varios de ellos salmoneros– y bañadas por nuestro Cantábrico. Y al mismo tiempo, que esta experiencia vivida nos lleve a cuidar, proteger y valorar la naturaleza, “nuestra casa común” –como la llama el Papa Francisco en la “Laudato si’”– “con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos”.

Decía el célebre Mark Twain: “Vive como si este fuera el Paraíso en la Tierra”. Los asturianos somos unos afortunados con nuestro Paraíso particular, ¡disfrutémoslo!

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