Para que no olvidemos
Me llamó la atención una frase de David Rieff –historiador y periodista estadounidense, autor del ensayo “Elogio del olvido (2017)– que encontré en el artículo escrito por Claudia Peiró y publicado el 16 de abril de 2017 en el diario digital argentino Infobae: “En cada situación hay que preguntarse qué sirve más a la paz: el olvido o el recuerdo”.
Rieff afirma que la memoria colectiva no es un “imperativo moral”, sino una “opción”, porque, a veces, puede ser “tóxica”. Su opinión contrasta con el credo que las organizaciones mundiales de derechos humanos divulgan: o sea, la memoria como un valor absoluto al que hay que sacrificar todos los demás.
Contrariamente a lo que argumenta Rieff, entre memoria y olvido, yo elijo la memoria. Ella nos distingue de las plantas y de los animales (cuyos sistemas mnemónicos son menos sofisticados) puesto que nos permite comprender los acontecimientos pasados a fin de evitar que se repitan en el futuro. No cabe duda de que todo arte es un espejo que refleja la realidad: todas sus manifestaciones –literatura, música, cine, artes visuales– son el resultado del yo primitivo que hace que los seres humanos dejen plasmada la huella de su talento creativo en su breve paso por el mundo. Baste pensar en las pinturas rupestres, que fueron el primer intento de comunicar y transmitir el testimonio de una existencia humana a las generaciones futuras (¡y sin saber lo revolucionario que era ese gesto!).
El arte es el pulmón de una sociedad: cada cultura da sentido al mundo de diferentes maneras y las diferencias son importantes, de ahí que tengamos que tolerarlas e integrarlas, en vez de intentar eliminarlas. Entonces, recordar es tan importante como dormir, comer y respirar, pues su ausencia puede conllevar la pérdida de la piedra angular de nuestra existencia.
Sin memoria somos cuerpos sin alma. Con ello dejamos que los demás tengan la última palabra para establecer cuándo es tiempo del silencio y cuándo del clamor. Creo que la memoria por sí sola no puede cambiar el mundo, pero sí dotarnos de una conciencia interior: ¡y eso es lo que importa!
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