Había una vez... una parroquiana
Soy cristiano. Por bautizo primero, por experiencia personal después (nunca olvidaré el Movimiento de Cursillos de Cristiandad) y por convicción racional también. Intento acudir a misa cuando corresponde, aportar un pequeño grano de arena cuando se me pide y no ceñirme a ser un “dominguero” que acude a misa el domingo y luego se olvida de todo en cuanto pone un pie fuera del edificio parroquial. En aquel Movimiento de Cursillos al que me incorporé durante unos años, crecí como persona y como cristiano. Entre las muchas cosas que aprendí, hay dos que quiero resaltar y que vienen al caso. Una es lo que se llama “corrección fraterna”, que, como su propio nombre indica, consiste en corregir fraternalmente alguna actitud o acción de un hermano. La otra me la enseñó una de las mejores personas que conocí en mi vida: Vicente Villar Cabo. Decía que, cuando se encontraba con alguna persona, intentaba que al marcharse se fuese un poco más feliz que cuando había llegado.
Todo esto viene a cuento de una carta al director publicada el 19/05 titulada “Había una vez un párroco...”, donde una señora se dedicaba a criticar, con una evidente falta de las dos virtudes antes descritas, el trabajo del sacerdote de la parroquia de Covadonga en Oviedo: Pochi.
No voy a ponerme a responder cada una de las cosas que esta señora dice en su carta. Solo me gustaría decirle, de una manera mucho más elegante de lo que lo ha hecho ella, que la misa a la que asisto yo desde hace años dista mucho de lo que plasma en su carta. No he cursado Teología, pero, hasta donde yo recuerdo, la parte fundamental de la celebración es la consagración del pan y el vino. Mientras el sacerdote esté consagrado como tal, daría igual que fuese un santo o un terrorista, el sacramento lo puede realizar. Otra cosa es que usted sea partidaria de los ritos preconciliares (ay ese don Eze del MCC que insistía tanto en que leyésemos el Concilio Vaticano II), que prefiera vestir toda la liturgia de oropeles, que el cura esté de espaldas al pueblo y que hable en latín. Quizá también eche de menos aquellas largas sotanas acompañadas de sombreros oscuros de teja que vestían los sacerdotes, en lugar de unos vaqueros y una camisa “a lo Springsteen”". O tal vez esas homilías subidos a unos altos púlpitos desde donde se amenazaba con el fuego eterno en lugar de acercarnos el Evangelio (buena nueva).
Puede ser que lo que le moleste sea esa algarabía de niños (más de cien cada domingo) que recibe con sonrisas ese “teatro” como usted lo llama, donde, mediante parábolas (no sé si le suena de haberlo leído en algún sitio), se les enseña verdades más profundas.
Creo que una misa familiar, que es donde vienen los niños, no puede poner el acento en los ritos y en las solemnidades, pues eso ahuyentaría a los más pequeños. Ahí se puede llegar después, cuando ya has recorrido un camino y tienes una madurez. Criticar que la consagración la realice cogiendo la sagrada forma con una o dos manos ya da una idea de qué quiere usted de una misa: usted quiere el envoltorio, no el Regalo.
No soy amigo personal de Pochi, ni siquiera lo conozco en profundidad. No sé si en la intimidad es una bellísima persona o un pecador irredento. Seguro que usted sí lo conoce por la profusión de insultos y menosprecios que le asesta en su carta. Lo que sé seguro es que litúrgicamente las misas de familia de la parroquia de Covadonga son perfectamente cristianas.
Para terminar, comentarle que, en el concejo de Oviedo, hay 52 parroquias donde poder asistir a misa. Muchas de ellas medio vacías, con lo que usted se encontrará seguro en un ambiente más recogido para vivir cómodamente su fe. Y así de paso, citando sus palabras, nos hace un favor a todos los que vivimos nuestra fe de una manera gozosa en esta parroquia y se marcha.
Atentamente.
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