Los sermones de Pedro
Siempre recordaré al cura de mi pueblo subiendo ceremoniosamente al púlpito de la Iglesia para largarnos una de sus interminables homilías que tenían como finalidad generarnos la culpa y ofrecernos su perdón.
Muchos años después he sentido la misma sensación de esforzado penitente al escuchar las reiteradas pláticas del presidente de Gobierno, dirigidas a toda la población, en un tono monocorde, nada convincente, pero teñido de una pátina más próxima a consignas eclesiásticas que a los mensajes de ánimo que la sociedad necesita en las presentes circunstancias.
Las comparecencias ante los medios y las posteriores ruedas de prensa para informar de las decisiones del Consejo de Ministros, siendo pretendidamente transparentes, esconden la opacidad de un Gobierno muy tocado, cuya debilidad trata de ocultar su jefe de filas con sermones que ya nadie se traga.
El problema, sin embargo, no es solo la falta de credibilidad y de confianza que inspiran nuestros gobernantes, sino la indiferencia de la sociedad que mire a donde mire, al centro, a la derecha o a la izquierda, solo ve oportunistas que tratan de pescar en el río revuelto en el que nos encontramos.
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