Orador y oradora
En la parroquia de Lada (San Miguel), en Langreo, tengo un lector que si coincide que hablamos por teléfono siempre me anima a que siga escribiendo estas cartas. Hace unos días me decía, entre otras cosas, que echaba en falta de la vida política española la denominada “cortesía parlamentaria”. Sirvan estas líneas para intentar agradecerle su lealtad y aprovecho para decir de su elocuencia porque es de las pocas personas que a menudo me hace disfrutar al oírle hablar.
En nuestro diccionario la palabra “orador” tiene varios significados. Una oradora, o un orador, es “persona que habla en público, pronuncia discursos o imparte conferencias de forma elocuente y con estilo elevado”.
El segundo significado es “persona que por su naturaleza y estudio tiene las cualidades que la hacen apta para lograr los fines de la oratoria”.
El tercero es “persona que pide y ruega”.
Y el cuarto, compartiendo subcategoría gramatical, es “predicador evangélico”.
En el Congreso de los Diputados de hoy tenemos una variedad de personas que son el fiel reflejo de sus votantes. Hay mucha pluralidad reunida ahí. Y en varios casos esas personas dedicadas a la política no nos representan a una gran mayoría, pero están porque los han elegido otros votantes no menos significativos. Como dice mi buen amigo lector, cuando suben al estrado a hacer uso del turno de palabra algunas y algunos evidencian al hablar su nivel cultural. Y el nivel cultural de una gran mayoría de esas personas está bajo mínimos porque, por lo visto, eso no les parece a ellas mismas que tenga importancia para llegar al estrado a hablar y formular argumentos de manera elocuente y con estilo elevado, como dice el diccionario. A veces, con rapidez, se limitan a leer. Y ese nivel cultural tampoco parece que preocupe mucho a quienes les votan. En internet pude encontrar el artículo del letrado de las Cortes Alfonso Cuenca Miranda “La cortesía parlamentaria” (diario “El imparcial” del 20 de octubre de 2013), en el que, entre otras, dice: “Hoy en día el público parece exigir la enemistad personal o, como mínimo, la ausencia de cordialidad entre representantes de distintos partidos”.
Examinando la Historia, cierto descrédito de los españoles fue generado y promovido desde algunas naciones de nuestro entorno, algo que explica muy bien José Varela Ortega en su libro “España. Un relato de grandeza y odio” (2019). Pero, ahora, en mi humilde opinión, son una parte de esas personas que se dedican a la política aquí las que ayudan al deterioro. Hablar mal de España viene siendo rentable desde muy atrás. Lo triste es que hoy, además, sea cierta cuadrilla de nuestra clase política quien contribuya a que nos llevemos mal. “Paciencia y humildad”, decía Cervantes, mi querido lector y amigo.
Gabriel Alberto Elías
La Agüeria (La Venta), Langreo
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