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La ancianidad de ayer y hoy

28 de Mayo del 2020 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Ayer se decía que el ser humano era ya viejo a los 50 o 60 años. Y morirse a esta edad se consideraba lógico y natural, y así era asumido con resignación y naturalidad por los familiares. Tristeza, dolor y luto (hoy, desaparecido por completo) y el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Nada, que la palmaba uno entonces sin llegar a viejo, que lo somos hoy a los 80 años, equivalentes a los sesenta de ayer. Nada menos que veinte tacos de diferencia de ayer a hoy, que suelen ser más porque no resulta extraño rebasar hasta los noventa y tantos con una buena vitalidad. Y hasta los 100 años de edad, se dan casos hoy, sobre todo en nuestro querido medio rural, en el que también ayer se daba la longevidad.

Como acabamos de ver, la ancianidad ha sufrido un cambio asombroso de ayer a hoy, lo que si nos resulta sorprendente no nos puede causar extrañeza, porque se ha experimentado un cambio tremendo en todo, muy especialmente en la investigación y la medicina. Por otra parte, la cultura, formación y educación de la persona son hoy completas y cibernéticas. En la vida moderna, el hombre y la mujer, o la mujer y el hombre, lo tienen todo y sus vidas no pueden ser mejores, más prósperas y más largas, salvo las obligadas excepciones que siempre hay en nuestra andadura humana, en un sentido u otro. Pero volvamos a la ancianidad, que es nuestro tema de hoy.

Ayer, el anciano moría en casa, rodeado de toda la familia, con un sentido y numeroso velatorio. Hoy, por lo general, lo hace en una residencia, bien atendido, sí, pero añorando el hogar y la familia. Doloroso y solitario trance, que para saberlo hay que pasar por él. La ancianidad, donde quiera que uno esté, podemos hacerla llevadera y hasta feliz, todo depende de la forma de ser de cada uno. Lo que envejece y se va es el cuerpo, la materia, lo que se ve; el espíritu, no. El alma permanece viva y joven, y tenemos que sacarla al exterior con empatía y optimismo y el deseo de seguir estando aquí, solidarios y conviviendo con los demás. Esto lo dice la experiencia de quien ha rebasado ya 100 tacos, y seguir haciendo una vida completamente normal en esta situación tan anormal y epidémica que padecemos con tanto mal. Pues bien, amigos, con virus o sin él, uno les desea a todos una joven ancianidad igual.

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