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Pandemia II: ¿Pandemónium?

8 de Junio del 2020 - Julio L. Bueno (Oviedo)

Esta maldita epidemia –sea maldición bíblica, acontecer natural, error criminal o experimento demoníaco– está acabando con muchas vidas, destrozando muchas familias, sembrando la miseria, el desconcierto, el miedo y la ira. Sacando lo mejor de las buenas personas y propiciando el afloramiento de la heroicidad, cierto. Pero también dando cancha a los malos de la peli y propiciando no pocas amenazas –fantasmas unas, muy tangibles otras– encuentren su camino allanado y disimulado por la anormalidad, la excepcionalidad, la falacia, la merma de las defensas y el shock.

Esta maldita epidemia –sea obsequio de dioses, de malnacidos o del azar– está sirviendo también de triaje para catalogar nuestras formas de vida, la fiabilidad y eficacia de las instituciones y servicios que nos hemos venido dando; la talla y catadura de buena parte de nuestra clase política; la solidez de nuestros sistemas sociales, económicos y sanitarios; su resiliencia y sus puntos débiles frente a la contaminación, la agresión, la inoculación, el parasitismo y el secuestro.

Es de suponer que los supervivientes de la pandemia, entre los que a todos nos gustaría encontrarnos al final de la pesadilla, saquen –saquemos– enseñanzas constructivas y propósito de enmienda. Pero, para eso, lo primero será salir de casa bien pertrechados, por ejemplo –como principio y de entrada– distinguiendo muy bien lo que es “recuperarse” del artificio polisémico pseudotriunfalista “estar desescalando, más fuertes, hacia una nueva normalidad”. Con estos eufemismos marrulleros se reitera la profecía post-atentado acerca de un “tiempo nuevo”, arcadia falsaria que, como “er coronaviru”, está erizada de peligrosos apéndices y anclajes colaterales. Convalecencia, eso sí, pero asistida por profesionales expertos de los que poder fiarse, y no “reconstrucciones” frankensteinianas que apestan a agenda oculta y auguran destrucción sistémica previa.

Pero también esta maldita epidemia –sea pasajera, recidivante o domesticable– ha brindado a los más afortunados un extra de tiempo sin reloj para escuchar la radio, ver la televisión y leer o meditar, para convertir la basura, el no-data y los big-data, en compost, en información, conocimiento y vacuna. En estos días de aislamiento total o parcial estamos teniendo más ocasiones que nunca para ver, en plena floración –salvo que la hemiplejia moral propia o adquirida nos ciegue–, los frutos del abono o del herbicida que ponemos de vez en cuando en esas jardineras llamadas urnas.

Asesinado lo mejor del espíritu de transición que nos había reunido en la casa materna, van cayendo vedas y códigos con voluntad suicida (afortunadamente no unánime) de volver a las andadas. Tanto es así que algunos –solos o en tutoría grupal– ya han querido ver en los otros querencias de golpismo de Estado, con el consabido aderezo colorista, trompetero y marchoso de los pronunciamientos de antaño. Y otros –¡qué diversos somos los españoles, ¿verdad?– también han creído detectar –solitos o con recursos sin la marca de la ganadería– el no menos conocido oportunismo sinuoso del golpismo de Régimen, que a veces –¡qué cosas!– se da desde los propios gobiernos o desde sectores montaraces de algunos gobiernos. Y que percola sin pausa –y si hay oportunidad, con prisa– con ese camuflaje más ladino que se está dando en denominar “revoluciones de color” (aunque, afortunadamente, se suele delatar por lo que los expertos denominan “proyección psicológica” y el pueblo llano suele resumir con un expeditivo refrán sobre descuideros y su calaña).

El hecho incontestable es que España tiene –que en España tenemos–, coincidiendo con la pandemia y sinergizados con ella, varios problemas sustanciales que afectan a su –a nuestra– misma supervivencia como la nación moderna que creemos ser o que deberíamos ser de una puñetera vez. (Algunos, no obstante, opinan que también le debemos a la pandemia el haber provocado la eclosión y evidencia palpable de estas miserias y sus catalizadores).

Y si analizamos estos problemas según cualquier protocolo que se ajuste a la regla que exige distinguir el ruido de la sustancia –por ejemplo, los criterios complementarios al uso en el campo de trabajo que conozco, como ámbitos y niveles de observación, fenomenología y mecanismos en juego–, podemos llevarnos alguna sorpresa para nuestro ya malparado orgullo patrio. Y es que, probablemente, España sólo sea circunstancialmente –bien que nos lo hemos buscado– una de las pistas del circo global donde toca actuar en este momento. Y es que –probablemente también– las viejas glorias, los demonios familiares, y los tradicionales contubernios de nuestro imaginario íntimo (o del palimpsesto llamado Memoria Histórica) estén siendo relevados o reconvertidos como títeres o drones. Y no precisamente –o no sólo– sintonizados con desiertos lejanos, infiernos tropicales o cloacas próximas.

El caso es que podemos estar en el peor de los mejores caminos para darnos de bruces con nuevas mutaciones de un viejo “viru” llamado Dictadura, para el que no valdrían ni los diagnósticos demodés ni los remedios convencionales. Si quieren apostamos, y apostamos también a adivinar su color y su doctrina. ¿Vale?

(Si se deja caer por aquí, sin mascarilla, en alguna de “las fases” –lo que no sería poco–, a Dios pongo por testigo de que “me prestaría por la vida” perder en esta “retórica” apuesta).

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