El anzuelo
No, no es el anzuelo que usa el pescador de agua dulce o salada, sino el que pueden originar las palabras; esas que sugestionan, convencen, prometen o tergiversan con tanta habilidad que el oyente crédulo e incauto admite sin cribar ni analizar. Esos mensajes que con tanta estrategia y pericia buscan ser aceptados, incluso elogiados.
Como no podía ser de otro modo, me refiero a los discursos políticos, los que intentan que piquemos en ese anzuelo bien pergeñado y elaborado con un solo fin: ser capturados y posteriormente manejados.
Nos dan explicaciones inadmisibles que no convencen ni se sostienen. Por tanto, el que ama España y es fiel a sus ideas interpreta con facilidad el trasfondo del mensaje. Pero, afortunadamente, disponemos de dos buenos aliados: la memoria y la observación, así como el arma valiosa de la crítica oportuna y noble.
En la seguridad que da el poder, los dirigentes políticos creen ser superiores y elegidos para gobernar una masa fácil de manejar, ¡qué error! Se olvidan que los españoles, como buenos patriotas, defendemos los valores, la unidad y libertad. Así pues, la respuesta no se verá ahogada en la duda o en el miedo.
Oímos discursos en los que se practica el “doblepensar’’, es decir, dar un sentido opuesto a los hechos según convenga, para eludir responsabilidades, las cuales se transforman en delitos o negligencias de otros. Es un juego carente de nobleza que pone al descubierto las intenciones del orador. Dicen practicar la transparencia, sí, pero opaca.
Y como todo está en los libros me remito a un pensamiento recogido en las “Analectas” de Confucio: Un caballero debería avergonzarse si sus obras no están a la altura de sus palabras.
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