La Quinta del Biberón
Sí, eso de recordar es volver a vivir es cierto, y ese recuerdo se suele manifestar con intensidad cuando los años nos hacen ser ya ocaso y el tren de la vida se va acercando a la estación terminal de nuestro viaje humano. Nuestro recuerdo hoy se remonta a hace 82 años, al 1 de marzo de 1938, cuando aquella guerra fratricida dividía España en dos bandos de destrucción y muerte. Y como muchos eran los muertos ya, había que movilizar más quintas para cubrir tantas bajas en los dos bandos contendientes. Y en el llamado nacional, en ese mes de marzo se movilizó la quinta de 1940, que fue bautizada como la Quinta del Biberón, porque todos aquellos soldadinos éramos unos niñatos de 17 y 18 años. Que la Caja de Reclutas de Oviedo destinó al Regimiento de Infantería “Zamora” Número 29, con base y acuartelamiento en La Coruña, que entonces era el centro o enclave militar más importante del norte de España. Allí, una breve instrucción militar y de cabeza a la guerra cainita.
Los asturianos éramos mayoría entonces en La Coruña, y allí conocimos al gran mierense y bablista Luis Aurelio, que estaba en el Regimiento de Artillería, muy próximo al mío de Infantería. A él y su mujer, Florina, me uniría después una gran amistad. El desbrave e instrucción militar de los quintos era cometido del sargento Vilela, un verdadero hijo de perra, una mala persona, que gozaba haciendo sufrir a los pobres soldadinos, con una instrucción salvaje y unas marchas agotadoras, que muchos quintos terminaban en el hospital. La buena oficialidad del Regimiento, sobre todo los capitanes, jefes de compañías, quisieron acabar con el odioso sargento enviándolo al frente, pero no lo consiguieron porque el coronel jefe del regimiento, sorprendente y sospechosamente, era su protector. Y ¿quién era el coronel? Pues un presumido militar, impecable, pendiente siempre de su figura, sus uniformes y sus botas altas que brillaban como espejos, cometido de dos asistentes que tenía para su cuidado personal, excesivo y exagerado. Este figurín de coronel se llamaba D. Óscar Nevado de Bouzas, y solía pasar todas las mañanas en la terraza del café América, cita y reunión de la crema coruñesa. Y de ahí estos dichos. En el café América está siempre Nevado. Y siempre también con un libro que llevaba bajo el brazo, lo que hizo que le bautizáramos como “soldado ilustrado”.
Apodo que tuvimos que cambiar cuando un camarero, con mucha reserva y una buena propina, nos dijo que cuando abría el libro no era para leer sino para mirarse en un espejo que llevaba entre sus páginas. Asombro y cachondeo, y este nuevo bautizo: “Un libro y un coronel, muy coqueto él”. Los militares asturianos, que éramos mayoría, nos pegamos entonces una buena vida en aquella alegre y divertida Coruña tan alejada de la guerra, hasta que un día tres batallones de nuestro Regimiento de Infantería fueron enviados a los frentes de Madrid, Teruel y el Ebro, librándose en torno a este río las mayores y más sangrientas batallas, que decidieron el fin de aquella guerra que hoy recuerda un superviviente de la “Quinta del Biberón”.
Sí, recordar es volver a vivir, pero en este caso de una manera triste y dolosa, porque aquella maldita guerra, que no ganó nadie, fue entre hermanos.
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