Señora de azul
Zapatos a juego con un bolso de piel que seguro fue en su día el regalo de un marido enamorado, sus manos finas y suaves, que lo sé porque me imagino acariciando las de mi madre, descansan sobre una taza en una mesa que huele a lejía recién pulverizada, rodeada de tres sillas vacías a dos metros de la mía.
Bajo las gafas tornasoladas en marrón se le escapa una lágrima que resbala hasta el descafeinado antes de que se recoloque la mascarilla. Entonces enfoco su misma línea del horizonte y veo niños preciosos jugando alrededor de un banco del bulevar ajenos al dolor soleado de la tarde.
Justo en la mesa contraria dos jubilados de mediana edad hablan con resignación del país que fuimos, detrás de sus mascarillas se adivinan trabajadores que levantaron de sol a sol aquellas economías domésticas crecidas de la nada.
Y suena “Fiesta” de Joan Manuel Serrat y entonces ya soy yo la que lloro, pero nadie me lo nota con gafas de sol y mascarilla FP2, que soy una egoísta y no me basta la quirúrgica. Solo me adivina el llanto contenido la voz que me espera en casa con la cena, que si ya he salido, que mucho ánimo, que pasaron varias ambulancias y seguro que íbamos dentro camino del hospital.
Remata el atardecer Luz Casal con “Piensa en mí” cuando me levanto a pagar el botellín de cero cero saludando a mis amables vecinos de mesa. La dama me mira apoyando las gafas sobre la punta de la nariz y, por un instante, siento su cálida mirada azul como si fuera un tierno abrazo de madre.
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