Querida tormenta
Un poco de tormenta refrescante, ¡que guay!; la calle despejada, la calle limpia, algo de silencio, algo de paz, algo de íntima oscuridad después de unos truenos no hechos por el hombre, sonido majestuoso como recuerdo de un Dios que avisa. Hace dos días que despedí a mi amigo Jesús en el cementerio, pero si quiero recordarlo con el alma tengo que cerrar las ventanas. Ya vamos quedando menos, menos de los de aquellas generaciones en las que el tiempo daba sazón a los comportamientos, a las formas de vida, creando un entorno de derecho y justicia, no perfecto, pero suficiente para la convivencia bajo principios de respeto por el otro.
Hoy el mundo a nuestro alrededor resulta más extraño cada día, es un mundo para seres distintos, llevados por la propaganda engañosa que fomenta el interés propio... ¿Quién recuerda el sentir del respeto? El respeto al padre, al maestro, al vecino, a las personas mayores, a la autoridad constituida sin estar constantemente poniéndola en cuestión, el respeto a la mujer... y el respeto a uno mismo.
Si esta noche hubiese tormenta, se vaciarían las terrazas de los bares con sus algaradas hasta las tantas, se cerrarían las ventanillas de los coches orquesta chumba-chumba a todo volumen, y esos que tienen miedo para ir a trabajar, pero que tras el botellón se quedan gritando en la calle a las cuatro de la mañana, nos dejarían descansar. Ya que no hay una vuelta atrás en pro de una educación basada en valores morales, que la tormenta venida del cielo abra el espacio para la calma, para el hermoso recuerdo, para una paz del espíritu. Tormenta, no te vayas, quédate esta noche conmigo.
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