Adaptarse o construir los cambios
Una característica muy estimada y ensalzada por los creadores de opinión cuando se refieren a cualquier político es la de su capacidad de adaptación a los cambios. Algo que presupone que los cambios no incumben a la política democrática, sino que son algo azaroso para los agnósticos y divino para los creyentes. Esta expulsión implícita del ámbito de actuación de la democracia en el diseño del futuro, para ceñirse solo y exclusivamente a su adaptación, no es algo pueril ni casual, es algo premeditado que indica que los verdaderos cambios, esos que afectan de forma radical a la vida de las personas, son algo que está fuera del campo de actuación democrático. Déficit democrático lo llaman algunos de forma eufemística. La pregunta inmediata sería ¿dónde y quiénes son los que diseñan las grandes estrategias a las que los demás tendrán que adaptarse? Hay diversas instituciones públicas y privadas que se encargan de ese “inofensivo” cometido, y lo que les caracteriza a todas es la falta de democracia en su configuración. Son y están en función de un poder preestablecido, normalmente el poder financiero. El post-Covid-19 inducirá grandes y profundos cambios y el dilema será, como otras veces, ¿nos adaptamos simple y obedientemente, o construimos democráticamente y entre todos esos cambios? Veremos.
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