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Israel y los forofos

7 de Junio del 2010 - Javier Pérez López (Mieres)

Hace treinta años tuve oportunidad de conocer Israel al asistir a un Congreso Mundial (gracias a una beca del Gobierno de la época). Desde entonces y al margen de situaciones puntuales cuya consecuencia deploro siempre por sus efectos sobre vidas humanas, tengo clara mi postura, al margen de lo que la mayoría de los medios diga o haga.

Me animé a escribir, al leer un articulo de opinión en LA NUEVA ESPAÑA que va contra la doctrina oficial, o al menos no va con ella, de alguien que también estuvo allí. Por mis años, observo día a día cómo se manipulan las informaciones. Y lo observo cuando cuentan una historia que se parece poco a la realidad. Ello me consta porque por mi edad también yo estuve allí.

Y esa contradicción es la misma que observé cierto día de hace mucho tiempo, al regresar de ver un partido del Oviedo de Primera División. En el trayecto a casa, escuché cómo un grupo de personas (algunos amigos) comentaban el partido y, ante sus comentarios, yo me preguntaba: ¿realmente vieron el mismo partido que yo? No pude evitarlo y le pregunté a uno de los amigos de qué partido hablaban. En efecto, hablaban del mismo partido que yo había visto, pero, indudablemente, el cristal que ellos utilizaron no era tan nítido como el mío. El más sensato de ellos me dijo: «Es que nosotros somos forofos».

Pues lo mismo puede hablarse del tema de Israel, con la diferencia de que los forofos de un lado y otro se dejan manipular, utilizar. Todo ello al margen de las desgracias que sufren solamente los que están allí, aunque no sean forofos. A ellos sí les toca porque están allí.

Volviendo a la visita mencionada anteriormente, mi conclusión es que se trataba de un país diferente, condicionado por la historia y la geografía, y que en base a esa condición, había creado su antídoto. De aquella no había relaciones diplomáticas; sin embargo, el trato hacia los españoles y el resto fue exquisito, al margen de que en el aeropuerto de Zúrich nos llevaron en autobús al extremo de una pista, y allí, en un barracón, nos registraron hasta el oído interno. Por cierto que, a un compañero que viajaba con navaja, se la retuvieron y entregaron a la vuelta. Para pagar las tasas de aeropuerto había que hacerlo en moneda del país, lo cual era difícil porque nadie la llevaba; sin embargo, una voluntaria se ofreció al otro lado de la mampara a cambiarnos los dólares para poder pagar. Se los entregamos, marchó a buscar cambio y... ¡volvió! ¿Se imaginan la misma situación en nuestro país?, ¿creen que volvería?

Luego, dentro del país, observábamos cómo los cazas volaban casi en círculo para evitar salir del espacio aéreo, patrullas de ciudadanos por la calle, con armas, por la noche; taxistas que, nada más subir al cliente, por la emisora, indicaban a la central adónde iban y con quién. Podría contar muchas más anécdotas, como que en pleno congreso había que cambiar de local de vez en cuando, llevando la silla. Los primeros que cogían su silla eran los altos cargos israelíes.

Y el español, en las calles, se hablaba mucho. La universalidad de los judíos llegados a ese país hacía que una mayoría elevada fuera de argentinos y, en consecuencia, no tenías problemas. Cuando ibas a territorios árabes, siempre te acompañaban: según ellos, por tu seguridad; según sus contrarios, para evitar que hicieras apología. Era la primera vez que veía soldadas como diría nuestra ministra, que conocía los kibutz (verdaderas comunidades de propiedad colectiva), que observé riegos con agua fría y caliente, etcétera. Y hablo de hace treinta años.

Mi resumen es que realmente era un país diferente y que sus habitantes de entonces y de ahora tienen que sufrir la historia que les han dejado y que, generalmente, no es como la cuentan unos ni otros. Qué pena que no se haga caso de los que viven la historia.

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