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La leyenda del bufón de Vidiago (Llanes)

15 de Junio del 2020 - Javier Con Fernández (Mestas de Con (Cangas de Onís))

Érase un hidalgo de luenga barba blanca y noble escudo, en cuyos cuarteles campeaba un lema sonoro y significativo; rememorador de las gestas heroicas de noble casta. En las gastadas piedras de los recios murallones que cercaban la casona solariega, solitaria y vetusta, perdida entre encinares, habían puesto la lepra de los años su acción destructora. Era tío de reyes, y señor de señores, paseaba orgulloso su elevada figura enhiesta como las encinas del bosque, por entre la humilde admiración de sus criados que bajaban la vista no pudiendo resistir la iracunda y recta mirada de su amo y señor, como si el dios del orgullo hubiese revivido en su inanimada escultura. Su esposa, noble y austera dama, recatada y hogareña, sumisa y rezadora, por entre cuyos dedos de marfil o de rayos de luna, pasaban silenciosas las cuentas del rosario y las limosnas. Había siempre en sus labios finos y pálidos el diseño de una tristeza, algo que quería ocultar, denotando más el atroz tormentoso interior de su alma condenada a sufrir la presencia continua de su antítesis. Había una hija de aquel matrimonio, rubia y delicada, con ojos azules y serenos. No faltaba en la casa la vieja gruñosa y leal, con ínfulas de señora para tormento de servidores, una joven doncella aldeana y fiel como un can.

En el portalón, un mastín guardador, en las cercanías, el mar rugía, se movían vellones de espuma como copos de nieve diseminados. Y la dama rubia delicada y sensible soñaba con su príncipe que un día pudiera librarla de su esclavitud; una noche, la dama, la sirvienta y el mastín salen entre la oscuridad y el silencio, a la luz de una antorcha se van las dos blancas figuras, va delante el mastín, moviendo la cola, como si fuera un interrogante dicha salida.

Se siguen oyendo los ruidos, tienen miedo, corren, luego se detienen, de pronto se eleva una tromba de blanquecina espuma, seguida de enorme trueno, ahora rezan implorando favor... Algo suave se ha oído, ¿quién es el que en una noche tan lóbrega se entretiene en pulsar las cuerdas musicales?

La damita rubia tiembla y escucha, la canción sigue cayendo en la noche como venida del cielo, los ruidos cesan, las horas pasan veloces... el alba se acerca, la niña rubia y curiosa quisiera detener el carro del sol, en la penumbra matutina se dibuja la silueta de un trovero gentil. Se ven él y ella, se acercan y se miran... se hablan. Ha nacido el amor, la sirvienta y el can se retiran...

Ruido de gentes con armas, el señor y sus siervos, furioso tras sorprender tal escena se arroja sobre los enamorados “gritos de angustia”. Sobre la blancura del vestido de ella, florece como roja amapola su sangre, del color del jubón del galán. Los dos cuerpos son lanzados a un embudo con salida al mar, por el cual surgían los ruidos que la fuerza expansiva del aire producía... Es fama que en las noches que suena “el bufón de Vidiago”... van mezclados en su ruido ladridos lastimeros, lamentos de madre, palabras de amor...

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