Carta abierta a mis profesores
El susurro es lo único que no pueden arrebatarnos. La palabra cercana, sencilla, portadora de afecto, constituye el elemento más poderoso, porque se escabulle entre las grietas de la "poscensura".
¿Qué impulsa a una alumna de Humanidades a preparar la EBAU con ahínco si la nota que le exigen es un cinco y su media de segundo de Bachillerato es de diez? La hipótesis del amor al conocimiento se solventa leyendo; la de la autoexigencia, reflexionando, y la de la crítica a la Administración que no te da matrícula, ya no por ser resultadista sino "ecofriendly", porque ni siquiera hay un estándar que la asegure una vez sobrepasado, sino que depende del número de concursantes, esa se archiva para no herir sensibilidades.
El motivo es el agradecimiento personal y académico a las cariátides del sistema educativo, del despropósito político, del desprestigio de alumnos, familias, activistas y, en definitiva, de todo aquel que se cree en posesión de una opinión legítima en materia de educación solo por haber sido escolarizado. El agradecimiento sincero y la admiración profunda hacia los profesores que se dejan la linfa en lo que explican, que han hecho de sustrato profesional y emocional y que, por suerte o por desgracia, tienen expectativas puestas en lo que pase el día 30.
Mi reconocimiento no va para la labor del instituto, menos aún para la de las rémoras a las que llamamos instituciones educativas, sino para cada docente que, sorteando temarios inconexos y medidas irrisorias, ha conseguido inculcarme el amor al conocimiento y la docencia, aunque eso suponga una victoria pírrica a largo plazo.
Si bien este homenaje, ínfimo por otra parte, pretende ser colectivo, hay quien se merece una mención especial: mi profesor de Lengua Castellana y Literatura, Ricardo Saavedra. Por haber sido ejemplo de objetividad, pulcritud, y profesionalidad; por haberme inculcado el valor de la palabra precisa y poética y por haberme transmitido cantidades ingentes de calma y confianza. El mundo, en especial la educación, necesita más personas así. Mi más sincera admiración, tanto en lo profesional como en lo personal.
Ahora que nos hemos quedado sin graduación, lo que en cierta manera ha sido una purga natural contra las palabras institucionalizadas, y que cerrar una etapa por correo electrónico roza la barbarie; ahora que el confinamiento nos ha hecho valorar parcial y momentáneamente el presente; ahora que la burocracia aprieta y la educación peligra más si cabe; ahora: gracias.
Gracias por les "petits bonbons", los poemarios, los consejos y las pequeñas dosis de escepticismo. Gracias por contribuir en la formación de quien soy hoy y, en definitiva, por hacer del aula un lugar más acogedor. Gracias.
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