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Un día en la playa

12 de Junio del 2010 - Carlos Castaño Barroeta (Gijón)

Se ha cumplido el 66º aniversario del Desembarco de Normandía, hito en el desarrollo de la II Guerra Mundial y, por tanto, de la Historia europea y española."Un día en la playa" es un relato que en el que se hace un homenaje a los hombres que dieron su vida aquel día por defender la democracia, no se entienda como una proclama militarista proyanqui, sino, insisto, un sincero testimonio de agradecimiento a todas aquellas personas, americanas, españolas, etc. que han dado su vida por defender sus ideales republicanos de libertad, igualdad y fraternidad.

El relato ha sido ganador el premio al mejor autor local del IX concurso de relato breve organizado por la Asociación Cultural El Carpio de Grandas de Salime.

Lo remito para su valoración y eventual publicación en su magnífico diario. Muchas gracias y Haxa Salú.

UN DÍA EN LA PLAYA

por

Carlos Castaño Barroeta

Principios del mes de Junio. Acabado recién el mes de mayo. Será uno de los días más largos de este maldito año. Me dirijo embarcado a esta parte de la costa francesa bañada por un brazo de mar llamado English Channel por los de aquí y La Manche por los del otro lado. La mañana es áspera, fría, gris, aventolada. Se ve romper con bravura las olas en playas y acantilados. Estas inclemencias del tiempo se mitigan acá con el mítico Calvados, hijo póstumo de aquel manzano que originó el pecado y la expulsión de un Edén desvirtuado y que ahora en incruento rito pagano es entregado para que sea devorado por los parroquianos de Honfleur, de Deauville, de Caen, resarciéndoles de la pérdida de aquel Paraíso inmaculado con otro artificial, dionisíaco, virtual, aún más terrenal y secularizado.

Inhalo con ansia un Camel encandilado por efecto de la brisa. Pienso en como serían estas costas y esa playa en un día con luz, con calor, al pleno sol del verano... La adorno con imágenes conocidas, pero casi olvidadas de niños gritando, corriendo, disfrutando; de parejas retozando, semi-desnudándose, con indiscreta pasión en algún lugar recóndito y apartado; de muchachos jugando al balón despreocupados; de señoras y señores embutidos en sus vestimentas de baño tomando plácidamente el esperado sol que asegure el bronceado. Me gustaría volver algún día a esa playa e incorporarme como uno más a este paisaje imaginado en la dulce compañía de mi novia cogidos de la mano, diciéndonos al oído esas hermosas palabras que se intercambian los enamorados.

El cigarrillo se va consumiendo. Se acerca mi desembarco. Tiro la colilla que cae en un agua espesa intensamente teñida de rojo por la sangre de miles de hombres derramada...

Me llamo John Taylor y soy sargento de este pelotón de valientes soldados americanos; más de la mitad yacen ahora muertos en la orilla con sus vientres y pechos destrozados por el fuego de la artillería alemana. Carne de cañón, cabezas de turco que pretendían tomar esta cabeza de playa. Hay que conseguir como sea una buena posición; el éxito de la operación depende de nuestra eficaz labor abatiendo al adversario. En toda la playa de Omaha, los hombres que sobreviven, pelean. Los otros, héroes infortunados, son testigos mudos, ciegos, inmóviles de una lucha encarnizada que ha mutilado las ilusiones y los cuerpos de toda una generación de jóvenes procedentes de las dos costas y de todos los estados; de California, de la Florida, de Maine, de Washington; del mismo centro de esta Tierra Prometida, Fértil y Sagrada; de Kansas, de Missouri y del Colorado... Y que ahora dan su vida para honrar a su madre Patria. Jóvenes que podrían haber sido tu padre, tu hijo, tu marido, tu hermano. Jóvenes que tienen novias; jóvenes que tienen padres; jóvenes que tienen hermanos. Hombres que llevan en su sangre el sueño de un verdadero americano: el sueño de nacer, luchar y morir por América, bendecida por Dios y por Roosevelt, un semi-Dios demócrata y cristiano.

Novias, hermanos, padres que derramarán lágrimas de inmenso dolor y de inmensa tristeza al recibir esos cuerpos sin vida ahora en brillantes estrellas reencarnados que a un fondo azul de un orgulloso trozo rojo y blanco de tela serán amorosamente, respetuosamente, marcialmente incorporados.

Un fugaz y engañoso alto el fuego me ha permitido apenas descansar en una oquedad del terreno. Vuelvo a oír el silbido de las balas y el ruido de los morteros y a sentir los gritos de dolor, muerte y miedo. Volvemos a la tarea... volvemos al infierno.

Si conseguimos ganar esta guerra y si salgo vivo de este cruel sufrimiento prometo volver algún verano a esta playa con mi novia; espero que luzca el sol y sólo se escuche la melodía silenciosa del mar y del viento. Le contaré mi estancia entre los muertos.

La próxima vez que pises esta playa, cualquier playa, llora. Llora por los hombres que aquí lloraron de dolor, de muerte, de soledad, de miedo. Para que nunca olvides su abnegación, su entrega, su sacrificio, su credo.

Y cuando pongas sobre la arena otro trozo de tela, quizás también azul, blanco y rojo, piensa y recuerda que debajo de otras arenas yacen vivos, insolentes, atrevidos y con la gloria de cientos de dioses ungidos los sueños de estos jóvenes héroes, de estos miles de valerosos soldados, de estos benditos y gloriosos hijos de América.

Dios bendiga a América.

Con el debido respeto, les dejo. El deber me puede. Tengo que volver al tajo.

John Taylor, Sargento de la 1ª División de Infantería del Ejército de los EE.UU de América. (The Big Red One).

Playa de Omaha, entre Port-en Bessin y el Río Vire, Normandía.

En la mañana del día 6 de junio de 1944. El Día más largo.

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