Televisión: ¿vale todo para tener audiencia?
Aún no he conseguido encontrar atractivo ni interés alguno en los programas televisivos que, como único y didáctico contenido, tienen, por ejemplo, divulgar las intimidades que sirvan de regocijo a la audiencia por su alto grado de pendencia o drama familiar- de personas que las ponen en venta; introducir a varias personas durante tres meses en una jaula dorada para que nos deleiten con conversaciones y actos banales; hacer espectáculo de momento incruento de pendencias personales por infidelidades genitales; dar una grata y entusiasta sorpresa a un hijo: presentándose inesperadamente en el plató el cabrón que lo abandonó cuando aún no había nacido. Pero, ¡por fin!, ahora sí tengo motivos para comprarme un aparato con una gran pantalla de plasma y contemplar con entusiasmo los nuevos e ingeniosos programas: Pagan sumas de dinero equivalentes a los salarios de muchos años de trabajo de la mayor parte de los ciudadanos de este país por oír irrefutables confesiones a personas condenadas por delitos que, básicamente, consistían en forrarse con el dinero de los demás.
Será muy difícil un progreso social de calidad si, entre otros aspectos, la demanda y oferta de entretenimiento, información y educación en las televisiones va por estos derroteros.
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