Adioses, la vida misma
Los espíritus vulgares no tienen destino.
Platón.
Siempre andamos diciéndole adiós a lo que más queremos: a la pareja que amamos; a nuestros padres, a los hijos, a los hijos de nuestros hijos, a los hijos de éstos, a nuestros amigos...
Siempre, siempre, siempre, sí, andamos diciéndonos adiós. La Tacita hace tiempo escribió un cafelito titulado sencillamente «Adioses». Ayer, dentro de un álbum maravilloso, Natalia, de Tineo, nos remitió el recorte de «Adioses», con sus zapatillas de cuando ella era renacuajilla. ¡Ay, qué regalo, Natalia, muchacha, cielo de cielos! tus preciosas zapatillas están y estarán en la habitación de este escribidor mientras viva también después: me las llevaré a mi estrella...
El recién pasado viernes, el Auditorio de Oviedo, a rebosar y emocionado a más no poder, asistió al adiós de Maximiliano Valdés, director de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias durante los últimos 16 años, como habéis leído, hemos leído, en la llamada de la portada de nuestro periódico el sábado y en la página 73, información de Pablo Gallego con testimonios gráficos de Luisma Murias.
«Ovación para Max Valdés en su adiós». Ovación y también lágrimas, sí.
Amables lectores, despedida y cierre. «Adioses, la vida misma». ¡Ay, a veces, bueno, siempre, siempre cuánto duelen los adioses!
Desde el corazón, rememorando, dijo el maestro Valdés «un imborrable recuerdo para Inmaculada Quintanal». Para Ana Mateo, «infinidad de besos, y adelante...»
Érase una vez.
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