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Los puntos cardinales de la "nueva normalidad"

28 de Junio del 2020 - Carmen González Casal

No cabe duda de que estos meses han supuesto para muchos un auténtico aprendizaje. Sin embargo, a unos esta pandemia les habrá hecho reflexionar y replantearse sus prioridades –me apunto a este equipo–, y a otros las ganas de desquitarse de todo aquello que por las particulares circunstancias se nos ha negado les pueden llevar a un despropósito mayor.

Es evidente que muchas cosas han cambiado. Y al igual que el nacimiento de Cristo marcó el paso a una nueva era con su abreviatura de sobra conocida (a.C.), también la covid-19 señala un antes y un después, un nuevo a.c –en este caso con minúscula– que nos aboca a otra frase mediática que, como todo, a unos les encanta y a otros les espanta. Me refiero a la "nueva normalidad", acuñada ahora por Pedro Sánchez, de la que ya habló tras el 11-S el vicepresidente estadounidense Dick Cheney y que siguió coleando durante la crisis de 2008 en el ámbito de la economía.

SUMARIO: La necesidad de encontrar el equilibrio para afrontar la etapa poscovid

DESTACADO: No podemos ser inconscientes y relajar las medidas de higiene y distancia, pero tampoco podemos vivir en un estado de alarma permanente, alimentando el síndrome de la cabaña

El hombre del siglo XXI no es tan poderoso como se creía. El coronavirus sigue al acecho. No podemos ser inconscientes y relajar las medidas de higiene y distancia. Sin embargo, tampoco podemos vivir en un estado de alarma permanente, alimentando el síndrome de la cabaña. La vida, los negocios, la economía… tienen que seguir. Como enseñaba Aristóteles, la virtud es un término medio entre dos extremos malos, uno por exceso y otro por defecto. Llegar a un equilibrio en esta etapa poscovid no es nada fácil. El tema se las trae. No obstante, en esta nueva era del coronavirus, cuatro rasgos pueden guiar nuestra actividad por el camino de una serena normalidad: sentido común, responsabilidad personal, congruencia y la conciencia de nuestra identidad.

La RAE define el sentido común como la "capacidad de entender o juzgar de forma razonable", pero, al no ser tan frecuente como parece, es preciso que la autoridad legisle modos de proceder. Sin embargo, cuando las autoridades no eligen a los mejores asesores en la materia y actúan en función de intereses ideológicos, es frecuente padecer situaciones tan faltas de sentido y lógica –tan incongruentes– como las que me encontré hace días en el centro de salud de la Lila y en la sede de Hacienda de Oviedo. Sobre mi flamante mascarilla, la auxiliar que me recibió en la Lila me hizo poner otra que ella misma me proporcionó –"son órdenes", me dijo como toda razón—, y no la recrimino a ella, que claramente cumplía con su deber. Cuestiono el sentido común y la poca congruencia de quien ordena un gasto tan innecesario en un momento de tremenda crisis económica. Cuando más necesitábamos las mascarillas, no las había por falta de previsión. Ahora que las hay, se derrochan para justificar que se hace algo. En Hacienda tuve que meter todas mis pertenecías en una enorme bolsa de plástico para que fueran escaneadas sin contagiar; bolsa que, una vez usada, se tiraría a la basura. Otro despropósito incongruente –pensé–, frente a una batalla enérgica y duradera contra el uso del plástico en nuestro planeta. "De muestra, un botón", que dice el refrán.

Además, conciencia de identidad que me habla de libertad como característica esencial de la persona. Libertad que no radica solo en elegir lo que me viene en gana y a veces hasta me hace daño, sino en optar por lo que es bueno para mí, porque precisamente se nutre del conocimiento verdadero, y poco tiene que ver con la mentira y la manipulación. Libertad que exige responsabilidad, porque los actos tienen consecuencias, que cada uno asume personalmente. Por tanto, es la persona quien dirige su vida y toma sus decisiones de acuerdo a sus principios, y no es el Gobierno quien nos dicta lo que tenemos que hacer en el terreno personal. Además, parafraseando a Mandela, "ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás", también la de los madrileños, de los sanitarios, de los hosteleros, de los que sienten miedo –que es libre– a ser infectados. El respeto es la base de una buena convivencia. La convivencia es un arte que se trabaja con esmero, también en esta "nueva normalidad".

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