El zar de todas las rusias
En 1721, el zar Pedro I se proclamó a sí mismo emperador del Imperio Ruso, cambiando así los destinos de lo que hasta entonces era conocido como el "Zarato Ruso" ("El país del Pueblo Ruso"), y designó como capital del nuevo imperio a la ciudad de San Petersburgo.
En aquellos tiempos, las configuraciones territoriales duraban lo que un "un caramelo a la salida de la escuela" en los vastos territorios de la Europa y Asia de entonces, que cambiaban de "propietario" en virtud de las anexiones guerreras o matrimonios de conveniencias dinásticos. El nuevo Imperio Ruso se caracterizó, entre otras cosas, por definir una saga hereditaria que duraría desde 1721 hasta 1917. Largo periodo regido por catorce emperadores, desde Pedro I, hasta Nicolás II. El periodo de regencia más longevo de la historia del antiguo imperio zarista lo ostenta Catalina "La Grande", con 34 años (de 1762 a 1796).
En aquellos tiempos, en el mundo, no había nada que se pareciera a las democracias parlamentarias de hoy, ni ciudadanos dignos de tal nombre, ni instituciones que velaran por los derechos civiles y sociales de los que hoy gozamos en Europa y en gran parte del mundo. Eran otros tiempos, otras mentalidades y otra concepción del poder (siempre hay y habido excepciones, una de ellas es Islandia, en Pingvellier, sede del primer Parlamento del mundo, cuyos orígenes se remontan al año 930) (https://mas.lne.es/cartasdeloslectores/carta/31463/pingvellier.html).
Sin embargo, si nadie lo remedia, el mundo está siendo testigo (delante de nuestras narices y a las puertas de la Europa democrática) de la consolidación del nuevo zar de todas las rusias, Putin I. Este personajillo nacido, crecido y amamantado en los resortes del poder, en las cloacas del extinto Estado Soviético (KGB), lleva en el poder desde el año 2001, es decir, 19 años, y una vez aprobada la nueva Constitución diseñada a su imagen y semejanza, "un traje a la medida", podrá gozar de todos los poderes hasta 2036. Es decir, como mínimo 36 años. Superando en longevidad el poder absoluto a la mismísima Catalina "La Grande" y, por supuesto, a cualquier secretario general del Politburó del Partido Comunista de la ex Unión Soviética y jefe de Estado de la misma (Mijaíl Kalinin, el más longevo de todos, detentó el cargo durante 24 años).
La nueva Constitución rusa proclama "la patria, la familia y la fe en Dios", es decir, una vuelta a los principios y valores de la Rusia zarista. Eleva el papel del Consejo de Estado (que él dirige y controla). Proclama la prevalencia de las leyes rusas sobre cualesquiera otras, con lo que anula, de facto, los recursos al Tribunal de Recursos Humanos de Estrasburgo. Aumenta el poder, que de hecho ya tenía, en la configuración del poder judicial, especialmente sobre el Tribunal Constitucional y tribunal Supremo.
El fortalecimiento del idioma ruso, como lengua del "pueblo fundador", conllevará tensiones con las etnias culturales de los territorios. ¿Alguien duda de la laminación que el nuevo zar puede hacer con las etnias no rusas, después de la anexión de Crimea? Remarca que el matrimonio es solo entre un hombre y una mujer. Una visión tradicional y excluyente de la familia. Se prohíbe cuestionar la versión oficial de la historia. Junto con la inclusión de Dios en la Constitución, es la aportación de la Iglesia Ortodoxa rusa, cada vez más influyente en la configuración del nuevo imperio "zarista" de Putin I: "Si en el himno se puede decir, patria querida y protegida por Dios, ¿por qué no se puede decir en la Constitución?" (Cirilo I, patriarca de Moscú). Para el exjefe de la KGB y la Iglesia ortodoxa rusa, "Europa se precipita hacia la decadencia y la perversión y, por ello, Rusia enseña al mundo la verdadera fe y la verdadera cultura, que hunde sus raíces en el siglo XIX". No se puede ser más claro. Europa y el mundo occidental, mirando para otro lado. No reaccionamos ante los poderosos. No reaccionamos ante la masacre que se anticipa en Hong Kong por parte de la China comunista. Eso sí, reaccionamos ante los más débiles, ante los que no cuentan en el contexto internacional, por ejemplo, Bolivia. El primer presidente indígena de este pobre país, Evo Morales, intentó modificar la Constitución para poder ser reelegido (como ocurre en Alemania o España, donde no existe limitación de mandatos) y todo Occidente reaccionó con virulenta crítica y rechazo (cuando no insultos, no reproducibles, en las redes sociales). El mismísimo premio Nobel de literatura, Vargas Llosa le dedicó un artículo infame, en el que le negaba incluso su condición de indígena (https://mas.lne.es/cartasdeloslectores/carta/36898/barak-obama-negro.html). Hoy no dice nada del nuevo zar de todas las rusias.
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