¿ Y de lo mío qué ?
Tenemos tendencia a exigir más que a dar, a reclamar derechos y obviar deberes, a sentenciar sin transigir, a aseverar sin contrastar y así podríamos seguir describiendo un etcétera del modo de proceder de nuestra naturaleza humana, de la que no me libro, por supuesto.
Así es como, por ejemplo, criticamos el funcionamiento de la Seguridad Social, censuramos a diestro y siniestro, a los empleados públicos o a lo que se tercie, condenamos a los sindicatos y a los sindicalistas, enjuiciamos a los docentes y les exigimos más de lo que les corresponde y hasta nos permitimos, a veces, confrontar con el diagnóstico médico o disentir de su prescripción facultativa. Nos solemos mostrar intransigentes, fatuos y petulantes:"el vulgar ignorante reprende a todos y habla más de lo que menos entiende", dice acertadamente el refrán.
Algunos, incluso, van más allá, desde su atalaya, tachan de "turistas" a los miembros secuestrados de la ONG catalana, afirman que un sindicalista es un profesional de bajo perfil e indocumentado, o insultan a quien discrepe - el insulto se ha puesto de moda últimamente así como el despotismo que poco tiene de "ilustrado".
Siempre es injusto generalizar, pero este tipo de individuos que se creen tocados por la blanca paloma para desasnar al resto de los mortales e indicarles el camino de la verdad verdadera, suelen padecer de un egocentrismo patológico y son incapaces siquiera de imaginar que otros actúen, sientan y padezcan de otro modo o que, por ejemplo, un metalúrgico, un administrativo, un catedrático, masculino o femenino, dedique una etapa de su vida a intentar poner su granito en beneficio del colectivo, no porque necesite de ello para dar sentido a su vida sino porque desea comprometerse en la Universidad de la vida -ésta que no otorga títulos- donde cabemos todos, unos más duros de mollera, otros con el corazón más enjuto.
"Bestia buena se vende sin ir a la feria" pero estos indivíduos que ofenden sin recato, menosprecian sin titubeo , no son ni más ni menos que nadie y suelen ser los primeros en asomarse a la ventanilla -que algun día toca agachar la cerviz- o llamar a la puerta, o a dos o tres a la vez, y preguntar: "¿y de lo mío qué?, como cualquier hijo de vecino...
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