Quo vadis?
Todas las opciones de supuesta realización humana parecen estar abiertas. La izquierda, ese conglomerado utopista de corrientes inconformistas y de protesta contra el sistema social, económico y de valores culturales, poco tiene que ver ya con sóviets y dramas dickensianos, con la cultura de la lucha de clases descarnada y el humanismo proletario. Muchos aspectos o visiones de la izquierda son reproducidos, fagocitados y reutilizados por la propia sociedad de consumo o de mercado, dándoles con el paso del tiempo un marchamo incluso de revolución plastificada y en boga. La realidad mundial es que se siguen violando los derechos humanos de muchísimas mujeres, niños y sectores vulnerables explotados, torturados o carentes de lo más mínimo para hacer valer su dignidad. España, Europa son zonas de salvaguarda de los derechos fundamentales, lugares sin duda afortunados y no a merced de dictaduras sangrientas y hambrunas.
La democracia realmente existente, producto del desarrollo de sociedades de mercado – garantes de derechos universales, individuales y hasta sociales– no se podría entender sin la cultura mediática de “consumo de siglas partidistas”, de electores-clientes-ciudadanos a conquistar según su grado de bienestar e inserción en un estado de cosas que obedece al paradigma científico, “al tanto tienes, tanto vales” y a la libre expresión de gustos, atuendos, estilos de vida y deseos aireados al sol.
“La izquierda” cada vez tiene más que ver con la atención al índice Gini y “prestaciones sociales”, así como con la consecución de una sociedad tolerante, de democracia ilustrada y humanitaria, de creación de comunidades de pares o afines según aficiones o tendencias varias en coexistencia, valores culturales surgidos ya en el mayo del “amor libre” de 1968 o traídos de la mano de nuevos movimientos sociales, a menudo de orígenes netamente “underground” o poco visibilizados.
Traigo a colación sobre este particular el muy original ideario del recientemente fallecido Luis Racionero, hombre renacentista y “liberal psicodélico”. Con obras como “Filosofías del underground” o del “Paro al ocio” –premio “Anagrama” 1983– se adelantó en vaticinar la llegada también a España de una cultura libertaria en los modos y usos, fragmentaria y cada vez más influida por la ecología y lo oriental. No vendría mal recordar que en Estados Unidos se llama “libertarians” a los ácratas acomodados de salón –incluso de turbocapitalismo ultraindividualista– y “liberales”, a personas “casi” socialdemócratas a la europea, a favor de sociedades plurales, de libertades y derechos sociales para los menos privilegiados. Que no decaigan nunca la “isonomía”, la “isegoría” y la “parresía”, la conjunción ilustrada de libertad e igualdad. Es una democracia de 400 sabores de helados y “pasarlo bien”, comités de expertos y “Spin Doctors”, reciclajes y reinvenciones, parques temáticos y émulos de “Silicon Valley”. Se ejecutan con bisturí y guante de seda planes de burgueses bohemios –“bobos”, en el argot–, aplicándose lenitivos sociales.
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