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El fado, desde Lisboa... ¿a Oviedo en San Mateo?

26 de Julio del 2020 - Ángel García Prieto

"El fado es todo lo que digo

y lo que no sé decir"

(Anibal Nazaré en "Tudo isto é fado")

La intrínseca versatilidad del fado abre nuevos caminos, evoluciona, gana adeptos y sigue adelante como expresión de un sentimiento muy portugués, pero también muy universal, como acertadamente expresó la fadista universal Amália Rodrigues, de la que precisamente ahora se celebra su centenario.

Sumario: Una propuesta musical, Patrimonio Cultural de la Humanidad, para las próximas fiestas ovetenses

Del fado se dicen cosas muy diversas, a veces poéticas, adjetivos que lo acotan demasiado o tópicos universales, pero en cualquier caso sobre esta poesía musicada hay un algo místico, un nimbo de fascinación o de sentimiento que llega al alma. No sólo las palabras, también la melodía, los tonos, el vibrato (gemido), los gestos, la indumentaria y la escena cantan, lloran, ríen, expresan los celos, la añoranza, el amor a la madre, la soledad, el orgullo de la tierra o la esperanza. Su nombre tiene que ver con el “fatum” latino, que hace referencia al destino y a los ineludibles deseos de los dioses. “Es un estado del espíritu”, decía también Amália Rodrigues.

El cantante solista (fadista) establece un diálogo de palabras, melodías, ritmos, tonos, gestos y silencios que aprovechan los instrumentos para protagonizar su contracanto o diálogo entre las guitarras y las violas, y sirve de respiro entre dos fases vocales. Generalmente, el fadista se acompaña de una guitarra portuguesa, que marca la melodía, y una viola (muy similar a la guitarra clásica), que acompaña, y, a veces, una viola “baixo”, que sirven para marcar más el acompañamiento y el ritmo.

Los fados más antiguos y característicos son los fados “castiços”, que provienen de tres fados raíces anónimos, “menor”, “corrido” y “mouraria”, y forman un grupo de casi dos centenares que se han ido incorporando al canon al cumplir una serie de reglas métricas y musicales concretas. En ellos se pueden oír las mismas músicas con letras diferentes y todo tipo de variaciones sobre una base melódica común y sencilla, que aporta la voz del fadista.

Quizá por todo eso se pueda ver que el fado siga cantando tanto los amores perdidos, la desgracia de los celos y la lejanía de la propia tierra como la alegría de las fiestas, la belleza de las mujeres, la valentía de los “campinos” del Ribatejo o la riqueza de sus campos; pues también hay un fado alegre para festejar la vida en tantas de sus buenas manifestaciones. Y así, por fortuna, lo entienden también los jóvenes, que aparecen cantando en las casas de fados, fiestas populares, celebraciones oficiales, escenarios, radios y televisiones, en estos últimos años que se pueden calificar como una “segunda edad de oro del fado”.

El fado sigue muy vivo, es desde hace una década Patrimonio Cultural de la Humanidad, y no estaría nada mal tenerlo en cuenta en nuestras fiestas, pues cuenta aquí con muchos centenares de “forofos” y además miles de oyentes que lo escuchan y viven con agrado cuando se les hace llegar.

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