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La mano que mece la cuna

29 de Julio del 2020 - José María Bayo Muro (Gijón)

La izquierda, nuestras izquierdas del presente, sea una o varias, definidas o indefinidas, han ido desarrollando, sobre todo a partir de la caída del muro de Berlín, con la llegada de la globalización, una nueva forma de enfrentarse a los hechos. A este cambio han contribuido multitud de causas, unas más obvias y otras ocultas, pero todas ellas han ido conformando una nueva forma de pensar, y también, una nueva forma de actuar, de reivindicar.

Entre las causas más evidentes, las que son el origen de todo descontento, estarían el paro, la falta de formación cualificada, las bolsas de pobreza, el problema de la inmigración ilegal, la emigración por falta de oportunidades, la despoblación, la corrupción, etc., etc., situaciones todas ellas que han sido ajustadas para que dentro de cauces normales, incluido el aumento de la deuda, el Gobierno de turno, dentro del Estado de bienestar y del mercado pletórico vaya capeando la situación sin que se encienda la luz roja que nos avise de estar alcanzando una situación límite, crítica.

Entre las causas ocultas tenemos principalmente a las ideologías, esas visiones dogmáticas del mundo: las izquierdas, la derecha, el progresismo, la religión, los nacionalismos... que utilizan y tienen entre sus mecanismos de cohesión esa especie de pegamento social muy efectivo que consiste en ofrecer una visión simplista y binaria de las cosas, lo bueno y lo malo.

Pues bien, a partir de los años 80 han ido tomando cuerpo, principalmente en Europa, unas ideologías que ponían en cuestión a esos grandes y antiguos relatos que explicaban la historia social de la humanidad de determinada manera, como el cristianismo, el capitalismo, la ilustración o el socialismo, y, puesto que no eran capaces de hacer frente a las necesidades reivindicativas de colectivos concretos, nacieron estas nuevas formas ideológicas para dar salida precisamente a esas particulares reivindicaciones. Estas ideologías han irrumpido con fuerza sobre todo en los EE UU, en sus universidades, durante las últimas décadas, y han ido conformando a esta nueva izquierda múltiple, heterogénea, entre la que se encuentra el Black Lives Matter.

Pero, ¿quiénes están detrás de estos movimientos?, porque todas estas reivindicaciones heterogéneas propias de la posmodernidad, que tanto juego dan a la hora de recoger votos, a alguien tendrán que beneficiar. Creemos que es la llamada globalización económica, la protagonizada por el capitalismo financiero, la que tiene la mayor acumulación de capital en el mundo, la que anda alentando o financiando esas ideologías, estando detrás, entre otros, gente del Partido Demócrata de EE UU con personas tan influyentes como los Obama y los Clinton, o el magnate George Soros. Pero, ¿cómo se explica todo esto?, ¿es que el mundo se ha vuelto loco? Cabalgando contradicciones, se nos podrá responder; pues creemos que no. El capitalismo de tercera generación, el capital financiero, está dando muchos dividendos a sus inversores. Este capital se mueve según unos intereses de inversión y choca frontalmente con el capitalismo de segunda generación, el industrial, del cual también se nutre; pero este capitalismo nuevo necesita una ideología distinta, una ideología que lo sustente y mantenga. Será la división en las reivindicaciones, como ahora explicaremos, la mano que está meciendo la cuna sin que nuestros votantes de izquierda se percaten de ello, o al menos eso parece; porque con la caída del Muro, la izquierda en los EE UU ha tomado las riendas de los acontecimientos y, precisamente por no haber pasado por el marxismo, las nuevas contradicciones que presentan nos recuerdan aquellas naves de papel del Mayo del 68.

Volvamos entonces al principio y ejemplifiquemos en nuestras izquierdas cómo se va urdiendo toda esta trama que tan rentable resulta al capital financiero y que no es otra cosa que el intento de división de los estados nación y su posible transformación en pueblos nación.

La izquierda española ha cambiado, las ideologías que la mantienen, esas líneas que orientan e iluminan el camino han dado un giro sustancial. Antes era la unidad del proletariado, su carácter universal, el motor y la fuerza de la lucha de las reivindicaciones, “agrupémonos todos en la lucha final” cantábamos en la Internacional. Antes había una clase obrera que reunía a todos y luchaba por mejorar las condiciones laborales y sociales, y así es como se fue creando el Estado de bienestar más o menos próspero que hoy tenemos, aunque sea en líneas muy generales.

Ahora, sin embargo, todo son colectivos y cada uno mira por el suyo; todo son subclases reivindicando algo, como la lengua propia o la cultura particular, los derechos de colectivos LGBTI, el feminismo, el lenguaje inclusivo, los animalistas, el multiculturalismo, los nacionalismos particulares, etc., etc. Este es el panorama de división en que nos encontramos. Es un programa de atomización donde se pierde el sentido de clase y cada uno tira por su lado; eso sí, todos tienen un enemigo común, la extrema derecha, los fascistas, los explotadores de siempre, los malos. Así es como se expresa la ideología progresista con su característica lógica binaria.

En segundo lugar, nos encontramos con el cambio que se ha ido produciendo en lo que respecta a los derechos del ciudadano dentro del Estado, ya que ahora resulta que no es lo mismo ser ciudadano de un territorio que de otro, ya que se ven grandes diferencias, como las distintas prestaciones en los sistemas sanitarios, distintas comunicaciones, salarios, impuestos, las prioridades en las inversiones estatales o las concesiones para la instalación de grandes empresas privadas, etc., etc. Y, además, en lo que respecta a la toma de decisiones, nos encontramos con la paradoja sobre la elección de nuestro futuro, y nos preguntamos, ¿por qué en el hipotético referéndum que ya se ve venir para Cataluña, una persona india o árabe allí asentada va a tener más derechos para votar que yo que vivo en otra parte del territorio? Porque si todos somos ciudadanos con los mismos derechos, yo también podré participar en unas decisiones de las partes que afectan al todo al que yo también pertenezco. ¿Quién me lo explica, las argumentaciones psicológicas como el me siento catalán o gallego? Yo también me siento catalán o gallego viviendo fuera; porque si va de sentimientos, ¿por qué va a ser el mío menos intenso que el del colectivo de rumanos, polacos o ingleses residentes?

Con todo esto, sólo hemos querido señalar dos de los cambios que ha tenido el pensamiento de izquierdas en las últimas décadas, sin pretender por ello una vuelta a los años ochenta, ya que desde entonces también han cambiado muchas cosas, entre otras nuestros jóvenes, introducidos de lleno en las redes e influidos por blogueros y youtubers. Los beneficiarios de todo esto se pueden clasificar en dos grupos. Por una parte, los de a pie, los que pillan subvención o un puesto de su colectivo en la Administración y reproducen el sistema; y por otra los de arriba, los que manejan el capital financiero y las ideologías, a quienes les interesa unos pueblos nación débiles que tengan que ser rescatados y queden luego al manejo y antojo de esas personas anónimas que manejan el mundo, como el Black Rock, en Wall Street, con un capital cercano a tres billones de dólares. ¿Nos imaginamos qué pasaría si nos compraran parte de la deuda?

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