Cosas veredes
El sábado 25 de este mes de julio, fiesta de Santiago, publicaba LA NUEVA ESPAÑA una carta titulada “Piedad para don Wenceslao” e iba firmada por Julio Fernández Suárez. Cuando terminé su lectura, de todo lo leído, solo me quedaron prendidas de la memoria “vergonzante” y “cosas veredes, amigo Sancho”. Después de reflexionar sobre el porqué de esta discriminación, caí en la cuenta de que estos elementos no estaban en su sitio, no se ajustaban a la realidad que intentaban representar. El adjetivo “vergonzante” no es sinónimo de “vergonzoso”, que, aplicado a personas, significa tímido, retraído, apocado… Pero si califica situaciones, actos, circunstancias…, el significado es negativo, como en el caso de la carta. Si se quiere adscribir esta idea a personas, entonces recurrimos a “sin vergüenza”, “sinvergüenza” o “desvergonzado”, palabras de uso tan común que no hace falta consultarlas en el Diccionario. ¿Y qué sucede con “vergonzante”? Pertenece a la familia de la “vergüenza”, pero anda por otros caminos. “Vergonzante” identifica a una persona que es pobre, pero oculta su situación de indigente para evitar el qué dirán. Frente a él está el “pobre de solemnidad”, que encontramos en las escaleras de las iglesias o en las entradas de unos grandes almacenes. La literatura nos dejó un ejemplo notable de pobre “vergonzante”: el hidalgo, tercer amo de Lázaro de Tormes. Se suponía que, según indica la palabra, era “hijo de algo”, que tenía algún bien, aunque solo fuera un caballo. Pero este, nada. Ni dónde caerse vivo. Tenía algunas casas “… que de estar en pie…” o un “palomar, que de no estar derribado…”. Como tenía que mantener el tipo ante el vecindario, se presentaba “con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden… con tan gentil semblante…”. Es más, para que los transeúntes vieran que se había dado el gran banquete, salía a la puerta de la casa escarbando los dientes con una paja, todo un ejemplo del más exquisito virtuosismo del “vergonzante”. Evidentemente, el hidalgo “vergonzante” de esta novela en nada se parece al “estilo vergonzante” de la carta, y como en ella se refiere, no a personas, sino a sus acciones, costumbres, conductas…, lo correcto es calificar el “estilo” de “vergonzoso”. La Gramática llega hasta aquí.
El segundo tropiezo fue aquello de “… cosas veredes, amigo Sancho”. Existe la costumbre de que, para apoyar alguna idea, algún pensamiento u opinión…, buscamos una autoridad que venga en apoyo de nuestras afirmaciones. En este caso la autoridad es el Quijote, al que se le “cuelga” lo que nunca dijo: “con la iglesia hemos topado”, “ladran, luego cabalgamos” o “desfacer entuertos”. La frase que comentamos no está recogida en ninguna parte de la obra de Cervantes. La original, “cosas tenedes…”, pertenece al Romancero del Cid.
El escenario es en San Pedro de Cardeña, al sur de Burgos: el rey Alfonso VI invita a Rodrigo a que lo acompañe a conquistar Cuenca. El Campeador le responde que no está bien que el rey se marche sin haber sosegado sus tierras. El abad del Monasterio, también en la conversación, viene a llamar cobarde al Cid. Este responde al clérigo que no está muy práctico en la lucha porque sus hábitos huelen más a aceite que a sangre de batalla. Y es aquí donde el rey dice al Campeador: “Cosas tenedes (tenéis), el Cid, que farán (harán) fablar (hablar) las piedras”, en tono de reproche por tratar al abad con poco respeto, “pues –añade el rey– por cualquier niñería facéis (hacéis) campaña (ataque) a la iglesia”.
El origen de estos errores, gramaticales o literarios, está en algunos medios, hablados o escritos, que, creyendo descubrir América, lanzan algún “invento” sea de gramática o de literatura. Y nosotros, el pueblo llano, pensando que quien escribe tan “elegante” es el modelo, lo imitamos y, sin darnos cuenta, propagamos el error.
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