España no es Oceanía
Exagerar es natural en las interacciones humanas. Añadir un par de ceros a una cifra o adjetivos fuera de lugar en una descripción hacen de nuestras experiencias algo más interesante a diario; digamos que esa quizás involuntaria pizca de distorsión refuerza nuestros a veces pobres relatos. Me atrevería a decir que entre los jóvenes es más frecuente, pero cada día estoy menos seguro: tal vez suceda que estos se confunden hoy más que nunca con los más mayores; aun así, a este asunto le dedicaré unas palabras en otro momento.
Lo diré sin ambages: la exageración es el veneno de estos tiempos. Si bien aun en nuestra experiencia democrática llevamos la carga de una polarización todavía candente en la sociedad y no nos resulta extraño oír hablar de perversos fascistas y hasta nazis en el centroderecha y peligrosos comunistas en el centroizquierda, aprecio desde la vuelta del PSOE al Gobierno, hace dos años, un clima alarmante. Ya es grave que el líder de la oposición llamase “okupa”, “felón” o “adalid de la ruptura de España” al presidente del Gobierno en su momento, pero los ataques al Ejecutivo se han multiplicado adquiriendo un matiz escalofriante. Basta asomarse a la sección de comentarios de ciertos periódicos para comprobarlo.
Pero una mayor sorpresa me llevé cuando, durante la desescalada del confinamiento que trajo la pandemia (que estos días recobra fuerzas en nuestro país), proliferó una serie de carteles con el rostro del jefe del Ejecutivo en blanco y negro, el que usaron los socialistas en los carteles electorales allá por abril de 2019 con el conocido lema "Haz que pase", añadiéndole más contraste a la imagen para conferirle un aspecto siniestro. En estos carteles, folletos o pancartas se mostraban mensajes como “Confía en tu Gobierno. Encerrados sois libres”, “Un buen ciudadano obedece” o “Te observamos para protegerte”.
Cualquier lector de “1984” conoce los paralelismos que entraña esta campaña, orquestada desde la ultraderecha, aunque se difundió el bulo (o, hablando en plata, la mentira) de que los autores eran los propios socialistas, como si se tratara el PSOE del seno del “socialismo inglés” de la novela, con la distopía de George Orwell. Y bien, ¿qué mente cuerda puede distinguir en la activación del estado de alarma o la necesaria imposición del confinamiento un ápice de autoritarismo? ¿Desde cuándo estas medidas, necesarias para evitar una hecatombe sanitaria, se pueden tachar de orwellianas, y desde cuándo nuestro país se puede comparar a Oceanía (el superestado autoritario del libro)? Está claro quién apoya estos planteamientos: sectores antivacunas, antimascarillas o iluminados que ven alguna amenaza en el 5G, que estos días han organizado pequeñas manifestaciones y cuyo individualismo les impide conocer el concepto de bien común escudándose en una falsa libertad.
Pero el colmo del bochorno llega cuando esta moda de comparar al centroizquierda español con los acólitos del Gran Hermano se exporta a Asturias de la mano de la Plataforma Contra la Cooficialidad del Bable. Este inexplicable movimiento, que tiene por logo la imagen de una mujer que gime, amordazada por una bandera asturiana con la estrella roja (mal dibujada, por cierto, puesto que no debería incluir las letras alfa y omega en la bandera, pero puestos a inventar...), es el artífice de una campaña que arremete contra el presidente del Principado y que nos ha dejado carteles en los que aparece un fotomontaje de este con dos conocidos líderes independentistas, uno catalán y otro vasco, que reza: “Ellos quieren cooficialidad. ¿Y tú?”, u otro en el que aparece el presidente con un rostro enfadado, también en blanco y negro, y que dice: “Obedece. Fala bable”. Sobre la pandemia no podían decir nada esta vez porque, afortunadamente (al césar lo que es del césar), en Asturias la gestión de esta ha sido indiscutiblemente plausible, si bien la del Gobierno central no sea para todos laudable.
Esta grotesca organización, que insulta a la lengua asturiana llamándola “babloa” y asegura que esta “no vale para nada” (pueden observar otros delirios en sus perfiles en las redes sociales), está fundada en la ultraderecha más rancia, que en la diversidad lingüística solo ve separatismo (¿acaso en Galicia no ha obtenido una amplia mayoría absoluta el Partido Popular, o también estos son parte de un “rodillo galleguista” y la única verdad está más a la derecha?), lo que se aprecia a simple vista en el lenguaje que emplean, hablando de “pesebres” y describiendo al asturiano como un “farfullo artificial de sectarios en busca de subvenciones”. Pero la realidad es que los partidos que defendían la oficialidad del asturiano en sus programas electorales han obtenido 26 de los 45 escaños de la Junta General del Principado de Asturias en las elecciones de hace un año (quedándose a un parlamentario de los tres quintos necesarios para la reforma estatutaria) y el 53% del voto. Y bien, ¿qué dice al respecto esta plataforma o, mejor dicho, este trampantojo que esconde tras de sí un tsunami de odio?
No me preocupan los hilos que mueven estas organizaciones, que en el fondo saben que comparar al Gran Hermano con los señores Sánchez o Barbón es un insulto o un mal chiste, pero temo hasta qué punto ese mensaje que yo creía una broma de mal gusto puede hacer mella en el conjunto de la sociedad. Esto es difícil ciñéndose a la verdad. Exagerando, o sea, mintiendo, es pasmosamente sencillo.
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