Vivir por encima de nuestras posibilidades
Gracias por su editorial del pasado 30 de mayo. Es un resumen de la fantasía en que hemos vivido estos últimos treinta años, en los que, con absoluta impunidad por parte de todos, vivimos un presente próspero, olvidando la preparación de un futuro desconocido como tal pero que requiere provisionar. Digo todos porque políticos, medios de comunicación y pueblo, llenos de triunfalismo por el Estado del bienestar, olvidamos algo esencial: no se puede gastar más de lo que se puede ganar.
Tenemos en Asturias ejemplos recientes: superpuerto del Musel, no se procede a su ampliación, por un creciente aumento del número de navíos, o por las toneladas movidas, se trata de ganar una gran superficie al mar para establecer industrias que, en este momento, probablemente ni se establezcan y a qué precio sale el metro cuadrado de la ampliación. Se justifica un sobrecoste de 200 millones de euros (falta de piedra para rellenar) después de un concurso internacional, con más bases para el concurso, se supone más que rigurosas. Pues bien, el presidente de la Autoridad Portuaria sigue en su puesto.
Nuevo Hospital de Oviedo, concurso internacional para redacción del proyecto, creación de una empresa pública para el desarrollo del proyecto; resultado: sobrecoste del proyecto, el 40%.
Expropiación de «Villa Magdalena»: importe de origen, 3 millones de euros; resultado final, en principio, 60 millones de euros en cesión de bienes públicos.
Despacho del presidente de la Comunidad del Principado de Asturias en Gijón: 200 millones de pesetas.
Pero lo mas emblemático para las comarcas mineras, donde nací y vivo, es el desastre que supone para nuestro futuro el mantenimiento de Hunosa. Esta empresa fue, es y será algo insostenible, y el mal ejemplo que supuso las prejubilaciones será una rémora que tardará en desaparecer; la altura del esfuerzo, el trabajo, la dedicación están peor valorados que nunca, se espera aprobar los estudios sin dedicar horas al estudio y tener casa y coche en los primeros años de trabajo, tengo que resaltar también la presencia de una juventud perfectamente preparada y que busca y encuentra trabajo en otros lugares de España o fuera de nuestras fronteras.
Para terminar, deseo narrar someramente mi primer viaje fuera de España.
Eran los años sesenta: en un Seiscientos, llegamos a una villa francesa, Arles, a más de 100 kilómetros de Marsella; una zona industrial, como Langreo, de unos 65.000 habitantes, tenía industria metalúrgica principalmente y un coso taurino originalmente un circo romano. La jornada laboral terminaba entre las cinco y las cinco y media de la tarde, había dos cantinas donde a esas horas se reunía la juventud hasta las 8 u 8.30 de la tarde y después nada, porque el cine con sesión única terminaba a las 8. Un fin de semana (ya no trabajaban el sábado) fuimos invitados a cenar con trabajadores de la fábrica visitada. Vivían en casas adosadas de planta y un piso o dos, casi todos con un patio trasero; nos reunimos unas doce personas, cada una aportó a la cena alimentos o bebidas y la conversación (dentro de mis grandes limitaciones) versó sobre el sistema de vida, que en resumen era: reuniones semanales en las casas familiares, visita semanal al «súper», ahorro para el mes de vacaciones (muchos, en España, en la Costa Brava), y fondo para la Universidad de los hijos. (En Langreo, en la misma época habría un mínimo de 200 establecimientos como bares, cafeterías y chigres).
Llegó la época de apretarse el cinturón, porque lo merecemos. Lo lamentable es que no todos merecen el mismo tratamiento purificador.
Atentamente,
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