Vestirnos de esquimales
Mayo y junio, haciendo buen mes, el mejor del año es.
Calendario Zaragozano.
En la eterna penumbra del invierno esquimal (ha escrito Robert Coles, en Seleccione del Reader’s Digest, de agosto de 1984) «hoy, mi alegría (piensa una anciana esquimal) nace de los recuerdos. Miro por la ventana y, de repente, soy una niña a la que su padre enseña a utilizar el cuchillo para cortar el pescado recién cogido. A su lado pasé mis mejores momentos. Aún recuerdo su sonrisa. Cuando murió, hace ya muchos años, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Yo se las enjugué y las llevé a mis labios. Nunca, desde entonces, me ha abandonado. Un esquimal nace para ser esquimal, decía siempre. Aunque se vaya y vuelva vestido como el hombre blanco, incluso si habla como un hombre blanco (mis nietos lo hacen cada vez más), jamás dejaré de ser esquimal. También solía llevarme a ver llorar la nieve. Mi nieto, el mayor de ellos, sostiene que la nieve no llora sino que se derrite, y yo le digo que no, que también llora. Porque ¿a quién le gusta irse? Durante el invierno (especialmente en las fuertes tormentas que todavía llegan y evocan otros tiempos) la anciana recuerda lo que oyó de sus antepasados y lo compara con lo que hoy ven y escuchan sus nietos en la televisión...».
Amables lectores, con los cabroncetes días que a mediados de junio están viniendo, igual tenemos que vestirnos con ropas de esquimales. Bueno, no importaría. Lo que realmente importa es estar vestidos interiormente, vamos, el alma como ellos.
Despedida y cierre.
Érase una vez.
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