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Monarquía parlamentaria

10 de Agosto del 2020 - José Luis López Tamargo (Oviedo)

La monarquía, etimológicamente, significa el gobierno de uno, de un “rex” o “princeps”, producto de la tradicional legitimidad sucesoria o incluso de la elección por aclamación popular o comunitaria. Los reyes, históricamente, han sido caudillos militares, taumaturgos de linajes sagrados, faraones y valedores de nobles valores como el rey Arturo, déspotas absolutistas e ilustrados, monarcas constitucionales y parlamentarios. La monarquía se mezcla con el mito y la deificación, con leyendas envueltas en las brumas de los tiempos y, por supuesto, nos retrotrae al “Antiguo Régimen” estamental. Las monarquías europeas, incluyendo la española, no son ya solo constitucionales sino parlamentarias, es decir, no colegislan ni reinan de consuno con la representación popular de un parlamento o cortes elegida democráticamente, sede de la representación de la nación y del pueblo; estando el ejercicio de todas sus funciones vinculado al cumplimiento de un mandato constitucional democrático, que permite aún algún simbolismo aristocratizante en virtud de la tradición histórica centenaria. ¿Es el PSOE un partido dinástico? Sus bases y militantes no lo son claramente, aunque el posibilismo pragmático, la política realista y los servicios realizados por el Rey en materia de actos debidos, unidad de España, relaciones internacionales y diplomáticas, funciones arbitrales y de moderación, de patronazgo cultural y de promoción de todos los sectores sociales –económico-empresariales, culturales y asociativos de cooperación humana– le hacen acreedor de todos los respetos y reconocimientos como jefe del Estado. El Rey Juan Carlos I fue símbolo de transformación y modernidad, de vanguardismo y cambio, es una lástima que su buen nombre se relacione últimamente con comportamientos muy dudosos. El prestigio internacional del Rey Juan Carlos I era un hecho y el “Juancarlismo” en el amplio y diverso espectro político era una realidad. Felipe VI, como rey de todos los españoles en virtud del mandato constitucional, parece un gran monarca actual, serio y cabal, vinculado a Asturias. Hay una aureola un tanto opaca y blindada en reyes y monarquías, que además son los representantes más antiguos de élites conspicuas –Veblen dixit–, sentido de la lucrativa prensa del corazón y de muchos mentideros. Por eso es necesario que los reyes, sin perder su alta condición y relevancia, sean reyes de todos los españoles y sus vidas no se asocien solo con yates, vidas suntuosas y privilegios, redes empresariales y escándalos, pues la función de un rey constitucional, en un Estado de forma monárquica parlamentaria, es la de procurar la concordia, la unión, la paz social y la continuidad plural de nuestra comunidad histórica, desde valores ejemplares, contemporáneos y tradicionales, de equilibrio y apertura a una sociedad en constante cambio. Un buen rey es símbolo de estabilidad y excelencia humana.

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