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Covid-19, ¿se acabó la comunicación?

23 de Agosto del 2020 - José Antonio Flórez Lozano

“La soledad puede enfermar, sobre todo cuando está en la mente y no se cuenta con suficiente imaginación” (Plutarco)

La situación producida por la pandemia viral del covid-19 en nuestro planeta es como una inmensa bomba atómica que pone a nuestro cerebro y a nuestra mente en situación de alarma prolongada, generando una intensa fuente de ansiedad/angustia, incompatible con la salud. Detrás de la “mascarilla”, se han instalado el miedo, la inseguridad y, tal vez, la resignación. Una especie de “muerte social”: risas robadas y cancelaciones de humor, sustituidas por un páramo de soledad, incertidumbre, silencio sepulcral y confinamiento. Una situación en la que ha desaparecido el calor humano en nuestras interacciones sociales, convertidas ahora en gélidas conversaciones, en puras conexiones digitales. Miradas perdidas, gestos esquivos, soledad gigantesca, caras de pánico, enfermos y médicos sin aliento, pacientes que agonizan, profundas simas en la comunicación humana que impiden el contacto y la relación “médico-enfermo”. Falta de comunicación íntima, sin ese cariño necesario; esquemas rotos y oídos sordos ante el estrépito del “tsunami covid-19”. Y la falta de apoyo social se traduce en una fuente potencial de estrés. Atrás quedan los abrazos, los besos, las caricias llenas de ternura, los saludos con la mano, las miradas cómplices llenas de vida y el entusiasmo.

Sumario: De la necesidad de reencontrar los valores necesarios para salir de la incomunicación a la que nos lleva esta pandemia

¡Ojo!, hay dos ladillos y una cita inicial

PARÁLISIS DE LA COMUNICACIÓN

Es el seísmo del covid-19, que arrasó los lazos emocionales entre los seres humanos, dejándonos atrapados y secuestrados en una dolorosa soledad. En el caso de los mayores sorprendidos en residencias geriátricas, el escenario ha sido dantesco: interrupción total de los contactos sociales y afectivos; una brutal condena al desarraigo, al desamparo y a la soledad nihilista. En efecto, pacientes ancianos que morían sin la dignidad propia de un ser humano: en soledad, sin caricias, sin palabras, sin esa mirada entretenida y profunda de despedida, sin esas manos queridas apretando firmemente a las suyas y en una situación muy angustiosa, indescriptible, como una persona que se asfixia lenta e irremisiblemente. En todo este proceso, el anciano necesita la mano tierna y cariñosa, dispuesta a brindarnos un amor incondicional; esa mano arrancada de cuajo por la fuerza del covid-19. Un castigo injusto que ellos han interiorizado como una falta de amor, de afecto y de comunicación; una alienación desintegradora de la identidad psíquica. Y brota la soledad por doquier, especialmente en el colectivo de mayores de centros geriátricos. Y nada nos hace más vulnerables que la soledad. Ahí encerrados en sus habitaciones, el miedo sustituye a la libertad. ¿Cuántos gritos de silencio? ¿Cuántas miradas perdidas? ¿Cuántas despedidas quebradas?

Esta parálisis de la comunicación (por muchas videollamadas que existan), en la que el tiempo se paraliza, se hace insoportable. Surge el sentimiento de no poder contar con nadie y ello da lugar al nacimiento de otro: el de no ser amado por nadie. Si estás solo, sin lazos que te unan a nadie, terminas por creer que nadie te quiere. Octavio Paz decía a este respecto: “El sentimiento de soledad es nostalgia de un cuerpo del que fuimos arrancados, es nostalgia del espacio”. Esta angustia de soledad del anciano es algo así como la “experiencia de vacío en el tiempo”. ¿Qué hago yo aquí?, se preguntan muchas personas ancianas. ¡Ya no soy nada! La situación es particularmente cruel, ya que en este momento necesitan, más que nunca, ser valorados, estimulados y apreciados y su narcisismo está recibiendo duros golpes debido a la escasez de comunicación. Ciertamente, lo que más invade el alma de nostalgia es la ausencia de amor, porque el único remedio contra la soledad patológica es precisamente la compañía y el amor que surge en la interacción con otros. Así, un sistema inmunitario intacto y estable, vinculado a los estados de felicidad, puede funcionar adecuadamente movilizando linfocitos citotóxicos para destruir células atípicas y anormales, especialmente peligrosas para el cáncer.

EL AGUJERO DE LA INCOMUNICACIÓN

Pero es doloroso ver cómo un hombre puede ser degollado por la soledad; el anciano cae entonces en un agujero del que es muy difícil salir, es el agujero de la incomunicación, de los días que transcurren lentos, monótonos y vacíos (¡sin ilusiones!). Todo se reduce a videollamadas y expresiones estereotipadas (¡Mamá, estamos muy bien! ¡Procura no coger frío! ¡Toma la medicación!). Es una verdadera desaferentación afectiva con riesgo de depresión y de suicidio. Posiblemente el “darse cuenta” de su “ser” en el mundo y, en particular, en esta cultura gerontofóbica en la que el anciano no tiene su lugar o “rol” específico, determina una acción muy estresante que acelera todos los procesos de deterioro psicofísico, en particular las funciones cognitivas (memoria, atención, inteligencia, percepción, lenguaje, motivación, estado anímico y afectivo, etc.). La pregunta es inevitable, ¿cuánto me queda? En fin, todo lo que ha ocurrido es a la vez un desafío y una oportunidad para crear, aprender y apreciar lo que de verdad es importante en la vida: la familia, los amigos, la comunicación, la afectividad y el amor (con mayúsculas). A este respecto, Sófocles (495-406 a. C.) manifestó: “Una sola palabra nos libera de todo el peso y el dolor de la vida, y esa palabra es amor”. Urge recuperar lo más genuino del ser humano, el lenguaje, las emociones, su capacidad social y su sensibilidad empática, si queremos seguir siendo personas y huir de espacios lúgubres que ha creado esta oleada del covid-19. Frente al giro digital (big data), en el que nos ha sumergido la pandemia y que ejerce un control remoto de nuestra salud, es necesario redescubrir el auténtico valor de las relaciones y los valores humanos (amistad, humanidad, espiritualidad, altruismo, afectividad, generosidad, agradecimiento, compasión, empatía), sustraídos por esta catástrofe del covid-19. ¡No podríamos vivir sin ellos! Tengámoslo muy presente a la hora de diseñar modelos residenciales de vanguardia en los que la felicidad y el bienestar de la persona mayor sean el objetivo principal.

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