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Educación en tiempo de coronavirus

23 de Agosto del 2020 - Héctor Gómez de Luis

Se acerca septiembre y todos los padres continuamos a la espera de que nos digan, con un mínimo de certeza, cómo se va a impartir el nuevo curso lectivo. La incertidumbre se ha instaurado en muchos hogares: el colegio, el trabajo, la pandemia… Vivimos un momento de gran complejidad y todos somos conscientes de que no es fácil tomar decisiones pero, aun así, hay que hacerlo, por responsabilidad. Es necesario facilitar la vida de todas las familias que están luchando por mantener su puesto de trabajo, al mismo tiempo que intentan no infectar a sus abuelos, sin anular la vida social de los jóvenes y sin interrumpir la educación de los más pequeños.

Durante el invierno, antes de la pandemia, todos hemos visto las salas de pediatría de los centros de salud saturadas por las oleadas de virus. También hemos vivido semanas en las que media clase de Primaria se contagia de gripe y el aula queda casi vacía durante días. Si a esta situación tan habitual sumamos la actual casuística provocada por la pandemia, no resulta de extrañar que los centros de atención primaria estén preocupados y se esperen lo peor.

SUMARIO: La complejidad de planificar una enseñanza flexible para el próximo curso que se adapte a las necesidades de cada familia

DESTACADO: Aun haciéndolo bien, es improbable que los escolares puedan aprender con el nivel de eficacia anterior a la pandemia, como se constató en el curso anterior

Teniendo en cuenta el equilibrio entre salud y economía, no podemos olvidar a las familias que necesitan que los niños acudan al colegio para poder continuar con sus vidas laborales y que viven con el miedo de no poder hacerlo ante la altísima posibilidad de rebrotes, como ha sido el caso de Alemania; mientras que, por otro lado, algunos temen por la salud de los abuelos, encargados de manera más que habitual en la sociedad moderna del cuidado de los menores y expuestos sobremanera por la estrecha convivencia que ello conlleva.

Teniendo en cuenta estas evidencias y obviando muchas otras, solo me queda pensar que es tiempo de facilitar una educación flexible. Es esencial prever un año lectivo que pueda adaptarse a las necesidades de cada familia y de cada alumno y que, mientras los expertos sanitarios no crean necesario cerrar las aulas, se permita a cada familia elegir entre curso presencial, formación en el hogar con el apoyo del aprendizaje online o, incluso, dar la opción de no presentarse a este ciclo lectivo para hacerlo el próximo año, en el que todos esperamos, ante la promesa de una vacuna eficaz, que se acabe por fin con la pseudonormalidad a la que parece que nos vamos poco a poco acostumbrando. Aun siendo consciente de la complejidad del asunto, creo que planificar este método puede ayudar, en primer lugar, a frenar la pandemia sin cerrar los colegios; en segundo lugar, a permitir que acudan a las clases las personas que realmente lo necesiten, minimizando el riesgo de contagio en aulas menos abarrotadas, y, por último, reducir la carga de trabajo al profesorado por parte de los alumnos que prefieran dejar este curso para retomarlo con posterioridad.

Debemos ser conscientes de que, incluso haciéndolo bien, es improbable que los escolares puedan aprender con el nivel de eficacia anterior a la pandemia, como se constató en el curso anterior, y la posibilidad del cierre de colegios y las ausencias preventivas por cuarentenas van a partir por la mitad los planes de muchas personas. Por eso, todos los padres esperamos impacientes que los organismos competentes, ya sea el Gobierno central o los autonómicos, tomen alguna determinación al respecto y nos hagan ver un rayo de luz en el futuro cercano de las familias que seguimos luchando.

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