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La violencia entre personas de bien

30 de Agosto del 2020 - Héctor Gómez de Luis

El ser humano tiene infinidad de virtudes elogiables, pero hay que reconocer con humildad que en nuestra naturaleza también residen cualidades de una moralidad cuestionable. Y es que el ser humano puede ser tan asombroso como decepcionante. Los mismos sentimientos de ambición que nos han llevado a prosperar hasta formar las sociedades avanzadas en las que hoy intentamos vivir en armonía son los mismos que alimentan, en ocasiones, nuestra conducta violenta. Todos hemos visto cómo un bebé que apenas puede caminar golpea a otro porque quiere su juguete. El ser humano tiene el instinto de luchar por lo que desea con vehemencia; por suerte, con la edad, la mayoría de nosotros nos volvemos conscientes de que para vivir en sociedad y disfrutar de los múltiples beneficios que ello conlleva es necesario reprimir ciertos deseos primitivos y acatar las normas. No obstante, los actos violentos continúan cubriendo a diario las columnas de sucesos.

Aunque son muchos los tipos de violencia, es de una en concreto sobre la que me gustaría hablar y que catalogo como “violencia entre personas de bien”. Me refiero a las personas normales, las personas como tú y como yo, que intentamos acatar las normas y vivir integrados en la sociedad. Entre algunas de estas personas hay lapsus de actitud violenta, como, por ejemplo, un intercambio de insultos entre dos conductores. La agresión física se suele evitar porque al menos uno de los individuos tiene un muro cortafuegos compuesto por diferentes aspectos morales y cívicos, y sentimientos como la empatía o el miedo que consiguen, en la mayoría de los casos, que todo quede en una anécdota. Pero ¿qué ocurre si ninguna de las partes ha desarrollado un cortafuegos eficaz?

SUMARIO: Las actitudes que genera el instinto del ser humano de luchar por lo que desea con vehemencia

DESTACADO: En un conflicto violento no gana quien tiene la razón, gana el más fuerte; por lo tanto, no tiene sentido usar la fuerza para solucionar una disputa

“Merece que le revienten la cara”. “Qué bien le vendría una bofetada”. “A ese habría que matarlo”... Estas son expresiones más que habituales en infinidad de conversaciones en las que participamos a diario. Por desgracia, algunas de las personas que las usan creen realmente que esta actitud de justiciero violento es la manera adecuada de proceder ante ciertas situaciones; sin embargo, el resto de estas personas, quiero creer que la mayoría, solo usan estas frases como un desahogo momentáneo para calmar la impotencia ante un suceso, a su juicio, injusto. Son los justicieros pasivos.

A los primeros, los violentos, me gustaría exponerles algunos conceptos muy sencillos. En un conflicto violento no gana quien tiene la razón, gana el más fuerte; por lo tanto, no tiene sentido usar la fuerza para solucionar una disputa. Además, si a alguien le resulta justificable su actitud violenta para resolver un problema, ¿es también justificable que los demás hagan lo mismo? El día en que tu hijo cometa un error, que lo hará, ¿quieres que le den una paliza? Y no debemos olvidar que no es tan raro que en una pelea alguien se golpee la cabeza y fallezca. ¿De verdad es necesario poner en riesgo una vida por dar una “lección” a alguien?

Los pasivos tienen una labor sutil, pero de gran importancia, para mejorar nuestro mundo. Debemos ser conscientes de que vivimos en una sociedad en la que se nos bombardea desde diferentes medios, como la televisión, los videojuegos o internet, con actitudes violentas, ensalzando a los justicieros o incluso a ladrones y asesinos como héroes, volviéndonos materialistas, hipersexualizándonos desde niños y haciéndonos creer que algún día disfrutaremos de todo lo que tienen nuestros alter ego artificiales. No sé si esto está bien o no, en cualquier caso, no soy partícipe de censurar ningún contenido que la gente demande en masa, y mucho menos si está vinculado a los géneros artísticos como el cine, la música o la literatura; no obstante, de esta situación se ha de derivar una importante responsabilidad social: la de poner en contexto esta realidad. Es de suma importancia que todos sepamos cuándo podemos desahogarnos usando expresiones violentas y cuándo no. Por ejemplo, un adolescente que pasa horas disfrutando de un videojuego cargado de agresividad no debería escuchar a sus padres usar expresiones que inciten a la violencia porque los más jóvenes, los que están comenzando a construir sus cortafuegos, necesitan contextualizar toda la información que les llega por los medios de comunicación y, para hacerlo, necesitan observar en su entorno real comportamientos cívicos y cargados de sensatez que desacrediten las conductas del creciente mundo virtual.

Llegados a este punto, vuelve a estar claro que la educación temprana es una herramienta imprescindible para poner remedio a este tipo de situaciones, una herramienta que no estamos utilizando de una manera adecuada y que no debemos delegar en los centros educativos. Los profesores han de ser un apoyo imprescindible, pero la verdadera predisposición a una vida pacífica se adquiere en el hogar. Lo irónico de este tipo de violencia es que no podemos echar la culpa a la política, a la economía o a al sistema educativo... No podemos echar la culpa a nadie, la culpa es nuestra, de cada una de las personas que vivimos en sociedad y que nos hacemos llamar personas de bien. Nosotros somos el problema y en nosotros reside la solución.

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