Conciencia
El término griego para conciencia (synéidesis) significa "conocimiento" o "tener conocimiento de algo con uno mismo. Es la voz de "el yo secreto, la persona que somos interiormente, el yo íntimo del corazón". Es decir, tenemos en nuestro interior la capacidad de conocernos a nosotros mismos. No hay ninguna otra criatura en la Tierra a la que Dios haya dado esa facultad. Gracias a ella podemos mirarnos desde fuera y hacer una evaluación moral de lo que hacemos y de lo que somos. Cuando nuestra conciencia funciona bien, nos ayuda a examinar con honradez la clase de personas que somos en la realidad de nuestro yo más profundo. Puede guiarnos hacia lo que está bien y apartarnos de lo que está mal. Nos orienta al tomar decisiones y nos indica si el camino que pensamos seguir es bueno o no, tal como si fuera una brújula. Si decidimos acertadamente, nos premia haciéndonos sentir bien; si no, nos castiga con remordimientos, puede hacer que nos alegremos cuando tomamos una buena decisión o que nos sintamos culpables cuando tomamos una mala decisión. Finalmente la conciencia es testigo, fiscal y juez de nuestros actos y de nuestros motivos.
Es posible que ahora estemos excesivamente absortos en una supervivencia física y no haya mucho hueco para el espíritu. ¡Cuidado!, porque los bichos humanos -más peligrosos que este virus- se harán los amos de nuestra conciencia. Cuando observamos no a simples delincuentes sino a líderes en nuestro mundo social, político y religioso, dando rienda suelta a lo peor de sí mismos, y obteniendo hipócritamente la fidelidad de las masas, o la laxitud de la justicia a su ideario, representación, o poder de cualquier clase, es fácil deducir que ese mensaje le llega a una juventud no entrenada a respetar su conciencia. Sé que existe otra juventud que se respeta a sí misma, que no se engaña o no se deja engañar. Ayudémosles, honrémosles, amémosles, premiémosles... si es que nuestra conciencia nos obliga a colaborar en la preservación del ser humano.
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