Personas o robots
Hace algunos días mientras realizaba la compra en el supermercado y me disponía a colocarla en bolsas, la cajera que tasaba mis productos había terminado su acción y me miraba de forma insistente y un tanto inquisitiva como reprochándome mi ausencia de prisa. Esto ya me ha ocurrido en otras circunstancias más veces. A poco que se observe la realidad uno percibe que la prisa y la precipitación han sido instaladas en nuestras vidas y nadie nos ha pedido permiso. La razón, que esgrimen algunos expertos, es que cuanto más rápido hagamos nuestras actividades personales o sociales la economía mejora notablemente, aunque no se diga para qué ni para quién es esta supuesta mejora. Lo único que sí está claro es que con estas prisas que generan una perniciosa hiperactividad lo que se consigue es crear un estrés colectivo y enfermizo para la vida de las personas, como más de una vez han denunciado profesionales del comportamiento y la mente humana. Resulta patético y penoso ver una estación de metro de cualquier gran ciudad en horas punta, cómo la gente se mueve de forma nerviosa y precipitada, sin fijarse mínimamente en su entorno físico y social. Este sistema socioeconómico imperante ha cosificado definitivamente al sujeto humano, convirtiéndole en un robot, exigiéndole en su vida cotidiana, en el trabajo, en el amor, etc., máxima rapidez de actuación y mínima reflexión, pensamiento y deleite de sus vidas.
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