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La huelga general, un mal necesario

27 de Junio del 2010 - Miren Vilella Arriortúa (Cudillero)

A pesar de lo que está cayendo y aunque el horno no está para bollos y a nadie (ni a los liberados sindicales, por si hubiera duda) le apetece perder un día de salario, la convocatoria de huelga general era previsible y, a la postre, es necesaria.

Ya decía yo que el PP iba a arremeter contra los sindicatos, antes porque no la convocaban y ahora porque lo hacen. Pero, bueno, esto también era previsible. Cada cual saque sus conclusiones, si le apetece.

Los ajustes, la reforma laboral, evidencian el recorte de nuestros derechos. El sostenimiento del «Estado de bienestar» está en juego, no sólo en España, sino en Europa –que presume de ello como signo de identidad–. La universalidad y la gratuidad (aparente) de los servicios que aún disfrutamos, como la educación y la sanidad, pronto se verán revisadas, así como el sistema público de las pensiones y todo el conjunto de ayudas, subvenciones y servicios sociales. El futuro que nos espera y sobre todo el de nuestros hijos y nietos aparecen envueltos en una nube de incertidumbre.

Nos sentimos preocupados y queda, desde mi punto de vista, sobradamente justificado el llamamiento a la huelga. Es el modo legítimo que tienen los trabajadores –los jubilados también podemos colaborar– para manifestar rotundamente nuestra protesta y disconformidad con las medidas que está adoptando nuestro Gobierno –y menos mal que no es de derechas– al unísono o a remolque de los demás gobiernos europeos. La culpa, dicen, es de la crisis económica y financiera que nadie sabe explicar, que ha ocurrido sin que nadie la previera y, por lo tanto, la atajara. Y no parece que exista voluntad política dispuesta a cortarla de cuajo: «don dinero, poderoso caballero», o «el señor Mercado», como decía el otro día Felipe González. Esta crisis parece una entelequia, pero bien anda a coz y bocado en nuestras costillas.

¿Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades?: «¡a buenas horas, mangas verdes!».

Después de un inicial cabreo nacional, diría yo que nos embarga, en estos momentos, más que pesimismo, cierta resignación. Y aun siendo virtud cristiana la resignación, en este caso nos provoca letargo. Es preciso despertar. Los recortes del «Estado de bienestar» nos afectan a todos, en mayor o menor medida. Habrá que repartir mejor, redistribuir la renta de manera más equitativa, tendrán que contribuir más los que más tienen, se deberá disfrutar de las ayudas y los servicios según los ingresos de cada cual... Siempre he opinado que el «café para todos igual» es injusto.

O sea, que bienvenida la convocatoria de huelga general y enhorabuena por la fecha elegida por la CES, a la que pertenecen nuestras centrales sindicales: el 29 de septiembre, día del arcángel Miguel, protector y patrono de la Iglesia universal, el que ha de tocar la trompeta...

Entre tanto, nos conformaremos con el sonido de las «vuvuzelas»...

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