Carta a la escultura de Octavio Augusto (Gijón)
El panorama literario está cambiando mucho. Ahora las autobiografías escritas por políticos "se venden como churros" y el reggaetón suena por todas partes. Así que yo lo tengo claro, les contaré una biografía, escrita en forma de carta, de un personaje histórico de origen y alfabeto "latino" llamado Octavio (63 a.C.-14 d.C.), más conocido en los círculos romanos como César Augusto, considerado uno de los mejores gobernantes de la historia...
"Lo que lees te lo envío, Augusto, desde aquellas riberas del Astura (río Esla) donde tu legado Tito Carisio entró "a sangre y fuego" en la mayor fortaleza de los astures, la belicosa ciudad de Lancia (Villasabariego, León). Costó, pero bajo tus "auspicios" el Imperio, nuestro querido Imperio Romano, conoció una larga época de paz y prosperidad llamada "Pax Augusta". Contigo Roma estaba de enhorabuena. Su nombre resplandecía más que el Sol y dejabas de níveo mármol una ciudad que habías encontrado de ladrillo. Además, gracias a tu impulso modernizador, las obras públicas "florecían" en todas las provincias romanas.
Claro, Hispania no fue para ti una excepción. Pronto el latín se convirtió en el vehículo de transmisión de la cultura grecolatina, y tú, personalmente, te empeñaste en ser el mejor impulsor de las artes y las letras. Gracias a las riquezas de tu amigo Gayo Clinio Mecenas, los escritores Horacio, Virgilio o Propercio pudieron escribir bellos versos y, de paso, alabaron tus inmortales hazañas con sus plumas. Por todo el orbe conocido se erigieron estatuas en tu honor. En ellas, se te veía idealizado, con la coraza, intentando transmitir el enorme poder del Imperio. Muchas fueron las ciudades hispanas que acogieron tus esculturas: Caesar Augusta (Zaragoza), Emérita Augusta (Mérida) o Gigia (Gijón).
En esta última siempre puse mis ojos, y muchas veces observé con emoción cómo tu brazo arengaba a las tropas. Desde tu ubicación en el Campo Valdés siempre veía que oteabas la inmensidad del mar Cantábrico. Fíjate, recuerdo que cuando era un niño iba a la playa de San Lorenzo y mi figura se embelesaba al verte, y como un Pigmalión contemporáneo, solo deseaba que por un instante me hablaras... ¡Ay, la imaginación de los niños! Bueno, todavía hoy pienso que quizá algún día te lanzas... ¡y me declamas unos versos en latín! Bromas aparte, en esta carta también te envío unas hermosas flores a modo de ofrenda, están compradas en Mansilla de las Mulas, la "villae" leonesa donde resido. Te gustaría su emplazamiento porque está muy cerca de la "Validissima civitas" de Lancia. Pero, Octavio, creo que ha llegado el momento de despedirme. Si piensas que he representado bien "la comedia" de tu vida simplemente... ¡aplaude! Sería un gran honor para mí".
Epílogo: la primera vez que fui a Gijón, después de la publicación de esta carta, Augusto cumplió su palabra... y me aplaudió. Gracias a La Nueva "Hispania" por haber divulgado esta emotiva carta.
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